En materia de mundos a conquistar, no nos olvidemos de que todos, individualmente respiramos en el mundo que nos es propio.
Pidamos a los enanos docos para que interpreten, de improviso, el pensamiento musical de
Beethoven; insistamos con los esquimales para que expresen, sin demora, los conceptos que
puedan aliniar sobre el derecho romano o roguemos a nuestros amigos indígenas para que
asimilen, de inmediato, alguna definición de Spinosa, y, seguramente, no ejerceríamos sino
violencia sobre el campo mental en que aprenden, esperando que el tiempo les ofrezca la
necesaria maduración.
No nos vale de nada fantasear incursiones demasiado profundas en el espacio infinito, sin la
justa preparación ante la vida que nos espera.
Sin duda, es natural que la ciencia medite en la indagación de nuevos dominios de la naturaleza, construyendo en el presente las bases de las grandes hazañas con que fulgirá el
futuro. Sin embargo, si quisiéramos escalar los peldaños de la Vida Mayor, ingresando en
círculos más amplios y más elevados del amor y de la inteligencia, es preciso que sepamos
partir de la conciencia egoísta a la que aún nos ajustamos, al precio de estudio y abnegación,
trabajo y perfeccionamiento, en el rumbo de las Esferas Superiores, a reflejar la luz de la
Vida Cósmica, que solamente a costa de educación y bondad nos acogerá en su infinito
esplendor.
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