Hay quien pregunta si existe Dios. Pues la Creación dice que ¡Sí! Y cada escuela lo define a su manera.
La Teología pinta un Dios pequeño al alcance de la idea del hombre, y el racionalismo, en cambio, dice que Dios es el alma de la Creación, que no se le puede definir, que sólo la ciencia podrá comprender algo de la divina causa.
El Universo no tiene principio ni fin conocido por el Espíritu, porque el principio y el fin es el Dios mismo.
Los espiritistas creemos que el Espíritu es como un libro blanco cuando Dios lo crea, y el progreso es el encargado de escribir sus páginas.
Dios ha creado los mundos del trabajo, no los mundos del dolor.
El Espíritu es puro en su origen, porque Dios no puede hacer nada imperfecto, y
si este Espíritu al ser creado fuese a habitar en los mundos de luz:
¡Dónde la vida es una sonrisa!
¡Dónde la penalidad no se conoce!
¡Dónde el organismo está libre de dolencias, y el alma de remordimientos!
¡Dónde la inteligencia del Espíritu abarca con una mirada todo cuanto se pueda
saber en millones de existencias!
Si el alma al ser creada la dejasen en ese edén, ¿Qué mérito tendría la virtud?
¿Qué valor tendría su talento si el amor y la ciencia alfombraran su camino de flores, como
en los cuentos de hadas? ¿Que vida sería la de estos seres sin haber conocido el dolor?.
¡Sin saber lo que vale una lágrima, no se sabe apreciar una sonrisa!
¿Cómo vivirían estas generaciones sin haber experimentado una contrariedad en esa contemplación seráfica sin recuerdos y sin aspiraciones?
¡La vida sin deseo dejaría de ser vida! ¡Vivir sin ansiedad no es vivir! Porque el tiempo es la ansiedad de los siglos, que siempre corre buscando un más allá.
La vida de perfecta satisfacción es pobre, ¡Falta en ella la lógica!, ¡El incentivo del trabajo!, ¡El deseo de lo desconocido!, ¡La sed de la ciencia!, ¡La sed del infinito!.
El Espíritu no ha nacido para la contemplación estática, ha recibido la inteligencia para utilizarla, para que le sirva de intermediaria entre Dios y él, por esto, los espiritistas creemos muy posible que el alma entró en la lucha de la vida semejante al niño (en su inocencia), con completa libertad de acción y rudimentaria inteligencia, el niño de la Tierra tiene una vida en sus primeros años apropiada a sus conocimientos y al desarrollo de sus fuerzas; pero como en el hombre hay un principio de origen divino, porque su Espíritu es un átomo luminoso desprendido de la aureola de Dios, el hombre lleva en sí el germen del progreso, y no necesita más que la varita mágica del trabajo le ayude en su empresa, y antes que todo, adquirir cierta sensibilidad, que hace sentir el hambre, la sed, el frío y el calor, y tener necesidad de otro ser para compartir las horas de su vida, y en este lento desarrollo, el alma, educada por ella misma, va mejorando la condición de su existencia y engrandece su esfera de acción, y el ser humano llegó a ser un hombre civilizado comprendiendo la belleza de la Creación. En este supuesto no es ningún absurdo creer que al dejar su envoltura, y al encontrarse frente a frente consigo mismo pida nueva luz para iluminar su camino y mundos mejores para colonizarlos.
La vida así tiene un objeto racional, tiene una tendencia a la perfección. Tiene un desarrollo que guarda armonía con las leyes de la Creación porque los árboles primero se cubren de hojas, después de flores, y por último dan el fruto, y todo tiene su tiempo fijo y su periodo determinado. ¿Por qué no ha de tenerlo el progreso del Espíritu? ¿Por qué éste ha de vivir sin el progreso del trabajo?
La misma naturaleza nos enseña que el trabajo es la ley de la vida, que todo tiene su desenvolvimiento laborioso; por lo tanto, creemos los espiritistas que su progreso ha sido obra de siglos.
Nosotros no estamos por la teoría de la gracia; somos partidarios de la teoría de
la justicia. Creemos que lo que no se gana no se obtiene, y encontramos más razonable el
trabajo incesante del Espíritu que la perfección del alma con un goce sin recuerdos; y además que la vida misma, y las diversas aptitudes intelectuales que vemos en los hombres, los genios precoces, las inteligencias gigantes que de vez en cuando aparecen como fugaces
meteoros, todo demuestra que el alma viene de muy lejos, que no ha comenzado a vivir
ahora, y por último, la comunicación de los espíritus ha venido a decirnos el porqué somos
libres pensadores, y es que las generaciones del siglo XIX se compone en su mayor parte
de los reformadores de pasados siglos.
Los herejes de ayer somos los racionalistas de hoy, y encontramos por medio de
la comunicación ultra-terrena una ley de continuidad. Así el Espiritismo tendrá sus escollos
porque es una escuela que no ha sido bien estudiada, y de la cual podrán apoderarse
algunos pobres charlatanes. ¡De que no se apodera la vulgaridad!.
Pero comentada y analizada como debe analizarse, se encuentra en ella la lógica, la razón y la verdad.
Observamos que cierto número de Panteístas admiten que el alma, tomada al nacer de el todo universal, conserva su individualidad durante un tiempo indefinido y que vuelve a la masa después de haber llegado a los últimos grados de perfección. Las consecuencias de esta creencia de la doctrina Panteísta propiamente dicha; resulta perfectamente inútil tomarse el trabajo de adquirir algunos conocimientos, cuya conciencia ha de perderse después de un tiempo relativamente corto; si el alma se resiste generalmente a admitir semejante concepción, cuánto mayor no sería su pena pensando que en el momento en que llegase al conocimiento y a la perfección suprema, sería el que fuese condenado a perder el fruto de todos sus trabajos, perdiendo su individualidad.
Pasamos a la doctrina dogmática: El alma independiente de la materia es creada según ella al nacimiento de cada ser, sobrevive y conserva su individualidad después de la muerte; desde este momento, su suerte queda irrevocablemente fijada, sus progresos ulteriores son nulos y por consecuencia intelectual y moralmente es para toda la eternidad lo que era durante la vida; siendo los malos condenados a castigos irremisibles en el infinito, resulta que el arrepentimiento les es completamente inútil, pareciendo que Dios se niega a concederles la posibilidad de reparar el mal que han hecho. Los buenos son recompensados por la visión y contemplación perpetua de Dios en el cielo. La creación de ángeles o almas privilegiadas exentas de todo trabajo para llegar a la perfección, no tiene ningún sentido. Esta doctrina deja sin solución los graves problemas siguientes: ¿De dónde proceden las disposiciones innatas, intelectuales y morales que hacen que los hombres nazcan buenos o malos, inteligentes o idiotas?
¿Cuál es la suerte de los niños que mueren en edad temprana? ¿Por qué entran en la bienaventuranza sin aquel trabajo a que están sujetos otros durante largos años? ¿Por qué son recompensados sin haber podido hacer el bien, o privados de perfecta dicha sin haber hecho el mal? ¿Cuál es la suerte de los cretinos y de los idiotas que no tienen conciencia de sus actos? ¿Cómo se justifican las miserias y las enfermedades nativas no siendo resultado de la vida presente? ¿Cuál es la suerte de los salvajes y de todos los que
forzosamente mueren en el estado de inferioridad moral en que se hayan colocados por la
misma naturaleza, sino les es dado a progresar ulteriormente? ¿Por qué ha de crear Dios
almas más favorecidas unas que otras? ¿Por qué llama a sí prematuramente a los que hubieran podido mejorarse si hubieran vivido más, supuesto que no les es permitido progresar después de la muerte? ¿Por qué ha de crear Dios ángeles, llegados sin trabajo
alguno a la perfección, mientras que otras criaturas están sometidas a las más duras
pruebas, en las que tienen más probabilidades de sucumbir que de salir victoriosas? Etc.La DOCTRINA ESPIRITA esclarece que:
El principio inteligente es independiente de la materia; el alma individual preexiste y sobrevive al cuerpo. Todas las almas son creadas sencillas e ignorantes y están sometidas al progreso indefinido. No hay criaturas privilegiadas ni más favorecidas unas que otras; los ángeles son seres que han llegado a la perfección después de haber pasado como las otras criaturas, por todos los grados inferiores. Las almas o espíritus progresan más rápidamente en virtud de su libre albedrío mediante el trabajo y su buena voluntad. La vida espiritual es la normal; la vida corporal es una fase temporal de la vida del Espíritu, durante la cual reviste momentáneamente una envoltura material de la que se despoja al morir.
El Espíritu progresa en estado corporal y en estado espiritual. El corporal es necesario al Espíritu hasta que ha alcanzado cierto grado de perfección; en él se desarrolla por el trabajo al que le obligan sus propias necesidades y adquiere conocimientos prácticos especiales. Siéndole insuficiente una sola existencia corporal para adquirir todas las perfecciones, vuelve a tomar un cuerpo tan a menudo como le es necesario y vuelve cada vez con el progreso alcanzado en las existencias anteriores y en la vida espiritual. Cuando ha adquirido en un mundo todo lo que en él puede, la caridad pasa a ser guía de otros seres necesitados, o bien ir a otros más adelantados moral e intelectualmente menos materiales y así sucesivamente hasta la perfección de que es susceptible la criatura.
El estado feliz o desgraciado de los espíritus es inherente a su estado moral, el castigo es consecuencia de su perseverancia en el mal, en él se castigan por sí mismos; pero nunca les es cerrada la puerta del arrepentimiento, y pueden queriéndolo, entrar nuevamente en el camino del bien y llegar con el tiempo a todos los progresos.
Los niños que mueren en edad temprana pueden estar más o menos adelantados porque han vivido ya anteriores existencias en las que han podido hacer el bien o cometer malas acciones. La muerte no les libra de las pruebas que han de sufrir, y en tiempo oportuno dan comienzo a una nueva existencia en la Tierra o en mundos superiores, según su grado de elevación.
El alma de los cretinos e idiotas es de la misma naturaleza que las de los otros encarnados; a menudo es superior su inteligencia, y la insuficiencia de medios en que se haya para entrar en relación con sus compañeros de existencias les hace sufrir como a los mudos el no poder hablar. Los cretinos abusaron de su inteligencia en anteriores existencias y para expiar el mal que cometieron han aceptado voluntariamente el verse reducidos a la impotencia.
Ahora preguntamos nosotros: ¿Cuál de estas tres doctrinas es más lógica?
El Panteísmo, perdiéndose nuestra individualidad en todo el infinito. El dogma religioso con su vida microscópica, que para cuatro segundos de existencia, tiene un eterno castigo o una perpetua bienaventuranza. O el Espiritismo con su vida indefinida, con su eterno progreso, pudiendo cada Espíritu formarse su porvenir porque tiene ante sí la eternidad ¿Qué es más consolador? Decirle al hombre ¡Trabaja y espera! O negarle al pecador toda esperanza.
Creemos en un solo Dios, inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas,infinito, incomprensible en su esencia, inmutable, inmaterial, Omnipotente, soberanamente justo, bueno y misericordioso.
Creemos que Dios ha impuesto a la Creación una ley inalterable: El Bien.
Creemos que se debe adorar a Dios amando y practicando el bien, y para ello no hay necesidad de templos ni de sacerdotes, siendo su mejor altar el corazón del ser virtuoso, y su mejor culto una moralidad intachable.
Dios no exige que el hombre profese determinada religión, sino que sea humilde y sobre todo que ame a su prójimo como así mismo.
Creemos en la existencia del alma o Espíritu, ser inmaterial, inteligente, libre de sus acciones y estrictamente responsable de ellas ante Dios; en la inmortalidad del alma; que cada Espíritu es premiado o corregido según sus obras; que las penas nunca son eternas; y que Dios acoge siempre bondadosamente al Espíritu que se arrepiente apartándose del camino del mal; que en el Espacio hay infinidad de mundos habitados por seres pensadores, sometidos como nosotros a la ley del progreso infinito que conduce a Dios.
Creemos que el Espíritu antes de alcanzar la bondad eterna, puede elevarse o detenerse en jerarquía según su albedrío, pero no puede retroceder ni sufrir una retrocreación, es decir, no puede transformarse su esencia en otra inferior.
Por último, el Espiritismo como ciencia consagrada a los transcendentales estudios de la verdad suprema, está llamado a regenerar el mundo, inculcando en el corazón de los hombres las sublimes verdades que enseña, mientras la ciencia y la razón no pronuncien otro credo religioso más en armonía con la grandeza de Dios; en tanto llegue ese día, seremos cristianos - espiritistas y racionalistas, veremos en Dios la causa primera, en la ciencia su eterna manifestación, y en la razón humana la síntesis del progreso universal. Así que el cumplimiento de la ley es la caridad; y teniendo este conocimiento, es ya hora de levantarse del sueño.
La noche ha pasado y ha llegado el día: echemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Estas son las armas que quiere usar el Espiritismo: la mansedumbre, la caridad y la ciencia: tres palabras distintas y un solo pensamiento: amar a
Dios Creador del Universo, que comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.
Los seres materiales constituyen el mundo visible o corporal, y los inmateriales el invisible o espiritista, es decir, el de los espíritus, cuya destrucción a consecuencia de la muerte, los constituye nuevamente en libertad.
El hombre tiene dos naturalezas: por el cuerpo, participa de la naturaleza de los animales cuyos instintos tiene, y por el alma, participa de la naturaleza de los espíritus.
El lazo o periespíritu que une el cuerpo y el Espíritu es una especie de envoltura
semi-material. La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; pero el Espíritu conserva la segunda que le constituye un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en estado
normal y que puede hacer visible accidentalmente, y hasta tangible, como sucede en el
fenómeno de las apariciones.
Así pues, el Espíritu no es un ser abstracto e indefinido que solo puede concebir el pensamiento, sino un ser real que es apreciable en ciertos casos por los sentidos de la vista, del oído y del tacto.
No pertenecen perpetuamente al mismo orden, sino que todos se perfeccionan pasando por los diferentes grados de jerarquía Espirita. Este perfeccionamiento se realiza por medio de la reencarnación, impuesta como expiación a unos y como misión a otros. La vida material es una prueba que deben sufrir repetidas veces hasta que alcanzan la perfección absoluta, una especie de depuratorio del que salen más o menos purificados.
Al abandonar el cuerpo, el alma vuelve al mundo de los espíritus, de donde había salido, para tomar una nueva existencia material, después de un espacio de tiempo más o
menos prolongado, durante el cual se encuentran en estado de Espíritu errante.
Los espíritus encarnan siempre en la especie humana, y sería erróneo creer que el alma o Espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal.
El alma era individual antes de la encarnación y continúa siéndolo después de separarse del cuerpo.
A su vuelta del mundo de los espíritus, el alma encuentra en él a todos los que conoció en la Tierra, y todas sus existencias anteriores se presentan a su memoria con el recuerdo de todo el bien y de todo el mal que ha hecho.
Los espíritus encarnados pueblan los diferentes globos del Universo.
Los espíritus desencarnados no ocupan una región determinada y circunscrita, sino que están en todas partes, en el Espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándose incesantemente con nosotros. Forman una población invisible que se agita a nuestro alrededor.
Los espíritus ejercen en el mundo moral y hasta en el físico una acción incesante;
obran sobre la materia y el pensamiento, y constituyen uno de los poderes de la naturaleza,
causa eficiente de una multitud de fenómenos inexplicados o mal explicados hasta ahora, y
que solo en el Espiritismo encuentran solución racional.
Las relaciones de los espíritus con los hombres son constantes, los espíritus
buenos nos excitan al bien, nos fortalecen en las pruebas de la vida y nos ayudan a
sobrellevarlas con valor y resignación. Los espíritus malos nos excitan al mal y les es
placentero vernos sucumbir y equipararnos a ellos.
Las comunicaciones de los espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles.
Tienen lugar las comunicaciones ocultas por medio de la buena o mala influencia que ejercen en nosotros sin que lo conozcamos. A nuestro juicio toca distinguir las buenas de
las malas inspiraciones. Las comunicaciones ostensibles se verifican por medio de la escritura, de la palabra o de otras manifestaciones materiales, y la mayor parte de las veces
por mediación de los médiums que sirven de instrumento a los espíritus.
La moral de los espíritus superiores se resume como la de Cristo en esta máxima evangélica: hacer con los otros lo que quisiéramos que a nosotros se nos hiciese, es decir, hacer el bien y no el mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta para sus más insignificantes acciones.
Nos enseñan también que no hay faltas irremisibles que no puedan ser borradas por la expiación. El medio de conseguirlo lo encuentra el hombre en las diferentes existencias que le permiten avanzar según sus deseos y esfuerzos, en el camino del progreso y hacia la perfección que es su objeto final.
Todo vive en la Creación sin cesar un segundo de relacionarse cuantos elementos germinan en ella, unos con otros, cual plantas trepadoras, los acontecimientos se enlazan los más pequeños a los más grandes, y todo desempeña su cometido, desde el microscópico infusorio hasta el pontífice de nuestro sistema planetario, el planeta Saturno.
¡Cuanto más consolador es lo que dice Kardec! Que los espíritus viven con nosotros tomando parte en nuestras alegrías y en nuestras tristezas; nos animan, nos inspiran, y nuestras simpatías y nuestros amores se perpetúan por una eternidad; y así ningún trabajo queda incompleto, pues lo que hoy se interrumpe por la crisis de la muerte, mañana se continua en otras existencias.
El Espiritismo llena la gran necesidad que tiene el hombre de vivir siempre, y su creencia le hace falta para conformarse con esta vida, al parecer efímera, y lástima es que el antagonismo de sectas la revistan con el ropaje del ridículo, ¿Y todo por qué? Porque decimos que Dios es grande, que es misericordioso, y que no puede condenar a sus hijos
eternamente, y demostrarnos con hechos que la ciencia conocida es una parte infinitesimal
del gran todo de la ciencia que rige las leyes universales.
Antigua manía es la de negar lo que se ve claramente, o lo que nuestra limitada inteligencia no comprende, y luego los hechos han demostrado que la creencia más combatida ha sido la más cierta.
Léanse las obras de Kardec, léanse los volúmenes escritos por Flammarión, por Pezzani, por Torres - Salanot, por Amigó y tantas y tantas obras que se han escrito sobre Espiritismo, estúdiense bien su tendencia sin prevención y verá todo el que quiere ver que el Espiritismo es el racionalismo religioso que busca el porqué del porqué; que no se contenta con ver morir a un genio, tributarle honores y levantarle estatuas que el tiempo destruirá mañana.
Quiere algo más duradero, más real, más positivo, más lógico, más en armonía con la misericordia y la grandeza de Dios, y por esto exclama:
¡Todo se disgrega en la tumba!
¡Todo muere al morir el hombre!
¡Nada queda de su virtud y su ciencia!
¡Es acaso la vida fragmento de una historia sin prólogo ni epílogo!
¿Y este noble deseo, esta santa aspiración, esta sed de inmortalidad puede ser nociva al progreso de los pueblos porque muchos espiritistas no se contentan con las fábulas de la religión?. El que tal crea carece de sentido común.
Creemos que lo que no está basado en la moral más pura, no tiene razón de ser, y toda la sabiduría es letra muerta si los sabios no consiguen mejorar las costumbres de los pueblos.
De nada sirven las academias y los ateneos si antes no se crean escuelas de instrucción gratuitas y obligatorias; para que las masas populares se instruyan y se moralicen.
El Espiritismo quiere la reforma social, y no pretende levantar la gran fábrica del adelanto comenzando por hacer la veleta de la torre; quiere principiar por los cimientos, por esto anticipa la moral a la sabiduría, porque donde no hay moralidad no hay verdadero progreso.
El hombre que no sabe mejorar sus costumbres no podrá nunca mejorar la sociedad, y el Espiritismo no quiere una vida artificial, quiere la realidad del bien.
La humanidad de la Tierra en sentido intelectual adelanta fabulosamente y en el orden moral (si bien no está al mismo nivel), con todo, ¡Cuán distinto es el hombre de hoy del hombre de ayer!. Preguntemos al pasado, y legiones de mártires se levantarán de sus tumbas para decirnos que ayer en el mundo sólo imperaban los poderes, la guerra como razón y el fanatismo como ley, la fuerza bruta para el cuerpo y la fuerza bruta para el alma.
Hoy si bien no ha concluido la guerra, tiene sus intervalos, esto es innegable; hoy los hombres discuten y a veces se entienden; y en cuanto a las creencias religiosas pasó el horror del absolutismo.
¡Cuán bien dice San Pablo! La caridad es la primera de todas las virtudes, y el Espiritismo tan combatido, tan ridiculizado sólo aspira a que se amen unos a otros.
¿No deben atribuirse a la falta de toda creencia el relajamiento de los lazos de familia, y de la mayor parte de los desórdenes que minan la sociedad?.
Demostrando la existencia y la inmortalidad del alma, el Espiritismo reanima la fe del porvenir, alienta los ánimos abatidos, y hace que se soporten con resignación las vicisitudes de la vida.
Dos doctrinas se encuentran frente a frente: la una niega el porvenir, la otra lo proclama y lo prueba; lo mismo se dirige a la razón; la primera se limita a señalar el presente y anonada t porvenir.
El progreso de la humanidad tiene su principio en la aplicación de la ley de la justicia, de amor y de caridad, y esta ley está fundada en la certeza del porvenir. Quitad esta certeza, y quitaréis su piedra fundamental. De semejante ley derivan todas las otras porque
ella contiene todas las condiciones de la felicidad del hombre. Sólo ella puede curar las
plagas de la sociedad, el hombre puede juzgar comparando las edades y los pueblos,
¡Cuanto mejoran su condición a medida que esa ley se comprende y practica mejor!. Si una
aplicación parcial e incompleta produce un bien real, ¡Qué no será cuando ella venga a ser
la base de todas las instituciones sociales! ¿Pero, es esto posible? ¡Sí!; puesto que si ha dado diez pasos, puede dar veinte y así sucesivamente. Puede pues, juzgarse el porvenir por el presente. Ya estamos viendo extinguirse poco a poco las antipatías de pueblo a pueblo; los
valladares que los separaban caen ante la civilización; se dan la mano de un extremo a otro
del mundo; mayor justicia preside a las leyes Internacionales; las guerras son menos frecuentes, y no excluyen los sentimientos humanitarios, se establece uniformidad en las relaciones, las distinciones de razas y castas van desapareciendo, y los hombres de distintas
creencias acallan las supersticiones de las sectas, para confundirse en la adoración de un
solo Dios.
Por medio del Espiritismo la humanidad ha de entrar en una nueva fase, en la del progreso moral, consecuencia inevitable de aquél. La rapidez con que se propagan las ideas espiritistas se debe a la satisfacción que ocasiona a todos los que las profundizan, y que ven
en ellas algo más que un fútil pensamiento. Y como ante todo deseamos la felicidad, no es
de extrañar que nos adherimos a una idea que hace feliz.
Es muy cierto, si alguna felicidad positiva existe en el mundo, sólo la creencia espirita puede proporcionarla. Ella nos dice que separarse del cristianismo es separarse de la justicia, que las religiones nada son por si solas si la pureza de sus hechos no demuestran fielmente la grandeza de sus teorías.
El Espiritismo es el editor universal que viene publicando la historia de los siglos; estudiemos en esa obra en cuyas páginas hemos leído algunos pensamientos que nos han hecho meditar profundamente, he aquí dos de ellos: en la Tierra es muy fácil creerse sabio, pero es muy difícil el serlo. Es muy fácil seguir una idea por aprovechamiento propio, pero es muy difícil encontrar sabios que la defiendan cuando la idea entra en el periodo de las complicaciones sociales.
¡Qué profunda verdad! Muchos hombres notables creen en el Espiritismo, muchos sabios dicen confidencialmente a sus amigos que la comunicación de los espíritus es un hecho; pero... enmudecen... esperando tiempos mejores.
¡Y quién mejora los tiempos sino los hombres! La naturaleza nos dará nieves en el invierno, flores en la primavera, frutos en estío y en el otoño, pero nada más y el hombre es el que ha de trabajar para mejorar las condiciones sociales, vivir en una atmósfera purificada por la civilización y en un terreno saneado por la fraternidad universal.
¿Y cómo se consigue esto?. Buscando la luz del progreso y sembrando la semilla del amor.
Seamos sabios para admirar la grandeza del Eterno.
Seamos buenos para glorificarle con nuestras obras.
No olvidemos nunca estos tres grandes principios:
¡La sabiduría absoluta sólo el Omnipotente la posee!
¡El progreso es el hábito de la Divinidad!
¡La caridad es el idioma de Dios!
Amalia Domingo Soler-