martes, 9 de febrero de 2016

MISION DEL ESPIRITISMO

La misión del Espiritismo, en su carácter de ministerio del Cristianismo, no es destruir
las escuelas de fe hasta ahora existentes.
 
Cristo acogió la revelación de Moisés.
La Doctrina de los Espíritus apoya los principios superiores de todos los sistemas
religiosos.
 
Jesús no critica a ninguno de los Profetas del Antiguo Testamento. El Consolador
Prometido no viene para censurar a los pioneros de esta o aquella forma de creer en
Dios.
 
El Espiritismo es, por sobre todo, el proceso liberador de las conciencias a fin de que la
visión espiritual del hombre alcance horizontes más altos.
 
Hace miles de años que la mente humana gravita en torno de patrimonios efímeros, tales
como los de la precaria posesión física y permanece atormentada por pesadillas carnales
de diferente especie. Guerras de todos los matices consumen sus fuerzas. Flagelos de
manifestaciones múltiples sitúan su existencia dentro de límites aflictivos y dolorosos.
 
Con la muerte del cuerpo no alcanza la liberación. Más allá de la tumba prosigue atenta
a las imágenes que la ilusión proveyó a su camino, esclavizada a intereses
inconfesables. En plena vida libre conserva, ordinariamente, la actitud de una criatura
que con los ojos vendados avanza, impermeable y ciega, con pesadas cargas que doblan
sus hombros.
La obstinación en obtener satisfacciones egoístas entre los compañeros de la carne, se
transforma para ella en una deplorable inhibición y los prejuicios perjudiciales, los
terribles engaños del sentimiento, los puntos de vista personales, las opiniones
preconcebidas, las pasiones enloquecedoras, los lazos afectivos enfermizos, los
pensamientos rígidos, los propósitos poco dignos, la imaginación intoxicada y los
hábitos perniciosos representan fardos enormes, que obligan a llevar un paso vacilante
al alma que tiene su atención puesta en las experiencias inferiores.
 
La nueva fe viene a ampliar su senda hacia más elevadas formas de evolución. Llave de
luz para las enseñanzas de Cristo, explica el Evangelio no como un tratado de reglas
disciplinarias nacidas del capricho humano, sino como el salvador mensaje de
fraternidad y alegría, comunión y entendimiento, que abarca las leyes más simples de la
vida.
 
Jesús se nos presenta entonces en la mayor dimensión de su gloria: no ya como el señor
de la angustia que señala a los seres humanos la necesidad de padecer amarguras y
lágrimas, sino a la altura de un héroe de la bondad y el amor, que educa para la felicidad
integral mediante el servicio y la comprensión, la buena voluntad y el júbilo de vivir.
 
En ese aspecto lo vemos como el máximo ejemplo de solidaridad y gentileza, al
reducirse a nacer en un pesebre, al hermanarse con todos en ¡aplaza pública ya¡ amparar
a los malhechores en la cruz, en la hora decisiva del pasaje a la divina resurrección.
 
El Espiritismo será por lo tanto, indiscutiblemente, la fuerza del Cristianismo puesta en
acción para elevar al alma humana y sublimar la vida.
 
El Espacio Infinito, patria universal de las constelaciones y de los mundos es, sin dudas,
el clima natural de nuestras almas, pero sin embargo no podemos olvidar que somos
hijos deudores, obreros o compañeros de la Tierra, cuyo perfeccionamiento constituye
nuestro trabajo mas inmediato y más digno.
 
Olvidemos por ahora el paraíso distante y colaboremos en la edificación de nuestro
propio Cielo. Obstaculicemos menos la regeneración de los demás y meditemos más
acerca de la necesidad de nuestro propio reajuste en relación con la Ley del Bien Eterno.
Y si con nuestra fe servimos sin cesar a la vida que nos rodea, la vida a su vez nos
servirá infatigablemente, y así convertiremos a la Tierra en una estación celestial de
armonía y luz, para el acceso de nuestro espíritu a la Vida Superior.

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