martes, 9 de febrero de 2016

EN EL PLANO CARNAL

Aislado en el estuche maravilloso del cuerpo, el espíritu está reducido en sus
percepciones a los límites que le son necesarios.
 
La esfera sensorial funciona para él a la manera de una cámara amortiguadora.
Visión, audición, tacto, padecen enormes restricciones.
El cerebro físico es un gabinete en sombras que le proporciona la oportunidad de
sintetizar y volver a aprender.
Los conocimientos adquiridos y los hábitos profundamente arraigados a través de los
siglos yacen allí, bajo la apariencia estática de intuiciones y tendencias.
Fuerzas inexploradas e infinitos recursos duermen en él, a la espera de la palanca de la
voluntad para exteriorizarse rumbo ala conciencia.
 
En el templo milagroso de la carne, en el que las células son ladrillos vivos que
construyen la forma, nuestra alma permanece provisoriamente encerrada, en olvido
temporal pero no absoluto de su pasado, porque si carga consigo un amplio patrimonio
de experiencia es torturada por indefinibles anhelos de regresar a la espiritualidad
superior, y por eso se demora mientras está en el mundo denso, en singulares y
reiterados desequilibrios.
No obstante, entre las rejas de los sentidos fisiológicos, el espíritu recibe gloriosas
ocasiones de trabajo en la tarea de la propia superación.
Bajo las constricciones naturales del plano físico está obligado a cincelarse por dentro, a
consolidar cualidades que lo santifican y sobre todo, a extender y propagar su
influencia, pavimentando el camino de la propia elevación.
 
Mientras está aprisionado en el castillo corporal, los sentidos constituyen exiguas
grietas de luz que le posibilitan observaciones convenientemente dosificadas, a fin de
que valorice al máximo sus recursos, en el espacio y en el tiempo.
 
En la existencia carnal encuentra multiplicados medios de ejercicio y lucha, para
adquirir y consolidar las aptitudes que le son necesarias a fin de vivir en regiones más
elevadas.
 
Por necesidad el gusano se arrastra desde las profundidades hacia la luz.
Por necesidad la abeja se transporta a enormes distancias, en procura de las flores que le
garantizan la fabricación de la miel.
 
Así también, por la necesidad de sublimación, el espíritu atraviesa extensos túneles de
sombras en la Tierra, para poder acrecentar las facultades que le son inherentes.
 
Al soportar limitaciones improvisa nuevos medios para la ascensión a las cumbres de
luz, y jalona la propia senda con las señales de una comprensión más noble del marco
dentro del cual sueña y se debate.
 
Torturado por la sed de infinito, crece con el dolor que lo corrige y con el trabajo que lo
santifica.
 
Las facultades sensoriales equivalen a insignificantes haces de claridad, que le brindan
escasas noticias del prodigioso reino de la luz.
Y cuando sabe aprovechar las sombras del palacio corporal que lo aprisiona
temporalmente , para desarrollar sus facultades divinas, si medita y obra en función del
bien, poco a poco va tejiendo las alas del amor y la sabiduría con las que más tarde,
levantará venturosamente el vuelo sublime y supremo en dirección a la Eternidad.

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