La
muerte es una simple mudanza de estado, la destrucción de una forma frágil que
ya no proporciona a la vida las condiciones necesarias a su funcionamiento y a
su evolución. Mas allá de la lapida, se abre una nueva fase de la existencia.
El Espíritu, bajo su forma fluídica, imponderable, se prepara para nuevas
reencarnaciones encuentra en su estado mental los frutos de la existencia que acabó.
Por
todas partes se encuentra la vida. La Naturaleza entera se nos muestra, en su
maravilloso panorama, en la renovación perpetua de todas las cosas. En ningún
lugar existe la muerte, como, en general, es considerada entre nosotros; en
ningún lugar existe el aniquilamiento; ningún ente puede perecer en su
principio de vida, en su unidad consciente. El Universo transborda de vida
física y psíquica. Por todas partes el inmenso hormigueo de los seres, la
elaboración de almas que cuando escapan a las demoradas y oscuras preparaciones
de la materia, es para proseguir, en las etapas de la luz, su ascensión magnífica.
La
vida del hombre es como el Sol de las regiones polares durante el estío. Baja
lentamente, baja, va debilitándose, parece desaparecer un instante bajo el
horizonte. Y al fin desaparece en apariencia; mas, luego después, vuelve a
elevarse, para nuevamente describir su órbita inmensa en el cielo.
La muerte es apenas un eclipse
momentáneo en la gran revolución de nuestras existencias; mas, basta ese
instante para revelarnos el sentido grave y profundo de la vida. La misma
muerte puede tener también su nobleza, su grandeza. No debemos temerla, mas,
antes, esforzarnos por embellecerla, preparándonos cada uno constantemente para
ella, por la búsqueda y conquista de la belleza moral, la belleza del Espíritu
que moldea el cuerpo y lo orna con un reflejo augusto en la hora de la
separación suprema. El modo con que cada cual sabe morir es ya, por si mismo,
una indicación de lo que para cada uno de nosotros será la vida del Espacio.
Hay
como una luz fría y pura alrededor de la almohada de ciertos lechos de muerte.
Rostros, hasta ahí insignificantes, parecen aureolados por claridades del Mas
Allá. Un silencio imponente se hace en vuelta de aquellos que dejaran la
Tierra.
Los
vivos, testigos de la muerte, sienten que grandes y austeros pensamientos se
desprenden del fondo banal de sus impresiones habituales, dando alguna belleza
a su vida interior. El odio y las malas pasiones no resisten a ese espectáculo.
Ante el cuerpo de un enemigo, se ablanda toda la animosidad, se desvanece todo
deseo de venganza. Junto a un féretro, el perdón parece más fácil, más
imperioso el deber.
Toda
muerte es un parto, un renacimiento; y la manifestación de una vida hasta ahí
latente en nosotros, vida invisible de la Tierra, que va reunirse a la vida
invisible del Espacio. Después de cierto tiempo de perturbación, volvemos a
encontrarnos, mas allá de la tumba, en la plenitud de nuestras facultades y de
nuestra conciencia, junto a los seres amados que compartieran las horas tristes
o alegres de nuestra existencia terrestre. La tumba apenas encierra polvo.
Elevemos mas alto nuestros pensamientos y nuestros recuerdos, si queremos
encontrar de nuevo el rastro de las almas que nos fueran caras.
No
pidáis a las piedras del sepulcro el secreto de la vida. Los huesos y las
cenizas que allá yacen nada son, quedad sabiendo. Las almas que los animaran
dejaran esos lugares, reviven en formas más sutiles, mas elevadas. Del seno de
lo invisible, donde les llegan vuestras oraciones y las conmueven, y ellas os
siguen con la vista, os responden y os sonríen. La Revelación Espirita os
enseñara a comunicaros con ellas, a unir vuestros sentimientos en un mismo
amor, en una esperanza inefable.
Muchas
veces, los seres que lloráis y que vais a buscar en el cementerio están a
vuestro lado. Vienen a velar por vosotros aquellos que fueran el amparo de
vuestra juventud, que os acunaran en brazos, los amigos, compañeros de vuestras
alegrías y de vuestros dolores, bien como todas las formas, todos los tiernos
fantasmas de los seres que encontrasteis en vuestro camino, los cuales
participaran de vuestra existencia y llevaran consigo alguna cosa de vosotros
mismos, de vuestra alma y de vuestro corazón. A vuestro alrededor fluctúa la
multitud de los hombres que desaparecieran con la muerte, multitud confusa, que
revive, os llama y os muestra el camino que tenéis que recorrer.
La
muerte, ¡oh serena majestad ¡ Tu, de quien hacen un espantajo, eres para el
pensador simplemente un momento de descanso, la transición entre dos actos del
destino, de los cuales uno acaba y el
otro se inicia. Cuando mi pobre alma, errante ha tantos siglos a través
de los mundos, después de muchas luchas, vicisitudes y decepciones, después de
muchas ilusiones deshechas y esperanzas postergadas, fuera a reposar de nuevo
en tu seno, será con alegría que saludará a la aurora de la vida fluídica; será
con embriaguez que se elevará del polvo terrestre, a través de los espacios
insondables, en dirección a aquellos a quienes amó en este mundo y que la
esperan.
Para
la mayor parte de los hombres, la muerte continua siendo un gran misterio, el
sombrío problema que nadie osa mirar de frente. Para nosotros, ella es la hora
bendita en que el cuerpo cansado vuelve a la gran Naturaleza para dejar a la
Psique, su prisionera, libre paso hacia la Patria Eterna.
Esa Patria es la inmensidad
radiante, llena de soles y de esferas. Allí, ¡cómo ha de parecer raquítica
nuestra pobre Tierra! El Infinito la envuelve por todas partes. El infinito en
la extensión y el Infinito en la duración, ahí esta lo que nos depara, ya se
trate del alma, ya se trate del Universo.
Así
como cada una de nuestras existencias tiene fin y ha de desaparecer, para dar
lugar a otra vida, así también cada uno de los mundos sembrados en el espacio
ha de morir, para dar lugar a otros mundos más perfectos.
Vendrá
un día en que la vida humana se extinguirá en el Globo frío. La Tierra, vasta
necrópolis, rodará, sombría, en la inmensidad
silenciosa.
Han de
existir ruinas imponentes en los lugares donde existieran Roma, París,
Constantinopla, cadáveres de capitales, últimos vestigios de las razas
extintas, libros de piedra gigantescos que ninguna mirada carnal volverá a
leer. Mas, la Humanidad habrá desaparecido de la Tierra solo para proseguir, en
esferas mas bien dotadas, la carrera de su ascensión. La ola del progreso habrá
impelido a todas las almas terrestres a planetas mas bien preparados para la
vida. Es probable que civilizaciones prodigiosas florezcan en ese tiempo en
Saturno y Júpiter; allí se han de expandir humanidades renacidas en una gloria
incomparable. Este será el lugar futuro de los seres humanos, su nuevo campo de
acción, los sitios benditos donde les será dado continuar a amar y trabajar
para su perfeccionamiento.
En
medio de sus trabajos, el triste recuerdo de la Tierra vendrá talvez a
perseguir todavía a esos Espíritus; mas, de las alturas alcanzadas, la memoria
de los dolores sufridos, de las pruebas soportadas, será apenas un estimulante
para elevarse a mayores alturas.
En
vano la evocación del pasado les hará surgir a la vista los espectros de carne,
los tristes despojos que yacen en las sepulturas terrestres. La voz de la
sabiduría les dirá: ¡”Que importa las sombras que se fueron”! Nada perece. Todo
ser se transforma e ilustra en los escalones que conducen de esfera en esfera,
de sol en sol, hasta Dios. Espíritu inmortal, recuérdate de esto: “La
muerte no existe.”
LEON DENIS del Libro el Problema del Ser el Destino y el Dolor.
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