domingo, 5 de julio de 2015

PERDONA NUESTRAS DEUDAS ASI COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN.

E.S.E Cap Ca p í tulo X XVI I I
 Perdona nuestras ofensas, así comnosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
Cada una de nuestras infracciones a tus leyes, Señor, representa una ofensa que te hacemos y una deuda contraída que, tarde o temprano, tendremos que saldar. Te solicitamos que nos las perdones, por tu infinita misericordia, y te prometemos esforzarnos para no contraer nuevas deudas.
Tú nos has impuesto como ley expresa la caridad. Pero la caridad no sólo consiste en asistir a nuestros semejantes en sus necesidades; consiste también en el olvido y en el perdón de las ofensas. ¿Con qué derecho reclamaríamos tu indulgencia, si nosotros mismos no la aplicáramos en relación con aquellos de quienes nos quejamos?
Danos fuerza, Dios mío, para reprimir en nuestra alma el resentimiento, el odio y el rencor. Haz que la muerte no nos sorprenda con deseos de venganza en el corazón. Si te satisface sacarnos hoy mismo de este mundo, haz que podamos presentarnos ante ti limpios de toda animosidad, a ejemplo de Cristo, cuyas palabras postreras fueron de clemencia para sus verdugos. (Véase el Capítulo X.)
Las persecuciones que nos hacen padecer los malos forman parte de nuestras pruebas terrenales. Debemos aceptarlas sin quejarnos, al igual que todas las otras pruebas, y no maldecir a los que con sus maldades nos despejan el camino hacia la felicidad eterna, puesto que nos Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
Cada una de nuestras infracciones a tus leyes, Señor, representa una ofensa que te hacemos y una deuda contraída que, tarde o temprano, tendremos que saldar. Te solicitamos que nos las perdones, por tu infinita misericordia, y te prometemos esforzarnos para no contraer nuevas deudas.
Tú nos has impuesto como ley expresa la caridad. Pero la caridad no sólo consiste en asistir a nuestros semejantes en sus necesidades; consiste también en el olvido y en el perdón de las ofensas. ¿Con qué derecho reclamaríamos tu indulgencia, si nosotros mismos no la aplicáramos en relación con aquellos de quienes nos quejamos?
Danos fuerza, Dios mío, para reprimir en nuestra alma el resentimiento, el odio y el rencor. Haz que la muerte no nos sorprenda con deseos de venganza en el corazón. Si te satisface sacarnos hoy mismo de este mundo, haz que podamos presentarnos ante ti limpios de toda animosidad, a ejemplo de Cristo, cuyas palabras postreras fueron de clemencia para sus verdugos. (Véase el Capítulo X.)
Las persecuciones que nos hacen padecer los malos forman parte de nuestras pruebas terrenales. Debemos aceptarlas sin quejarnos, al igual que todas las otras pruebas, y no maldecir a los que con sus maldades nos despejan el camino hacia la felicidad eterna, puesto que nos dijiste por boca de Jesús: “¡Bienaventurados los que sufren por la justicia!” Bendigamos, entonces, la mano que nos hiere y nos humilla, porque las heridas del cuerpo fortifican
nuestra alma, y seremos exaltados a consecuencia de nuestra humildad. (Véase el Capítulo XII, § 4.)
Bendito sea tu nombre, Señor, porque nos has enseñado que nuestra suerte no está inexorablemente determinada después de la muerte; que encontraremos en otras existencias los medios de rescatar y reparar nuestras faltas del pasado, así como de cumplir en una nueva vida lo que no podemos realizar en esta, a los fines de nuestro adelanto. (Véase el Capítulo IV, y el Capítulo V, § 5.)
Con esto se explican, por último, todas las aparentes anomalías de la vida. La luz se proyecta sobre nuestro pasado y nuestro porvenir, señal evidente de tu soberana justicia y de tu infinita bondad,puesto que nos dijiste por boca de Jesús: “¡Bienaventurados los que sufren por la justicia!” Bendigamos, entonces, la mano que nos hiere y nos humilla, porque las heridas del cuerpo fortifican nuestra alma, y seremos exaltados a consecuencia de nuestra humildad. (Véase el Capítulo XII, § 4.)
Bendito sea tu nombre, Señor, porque nos has enseñado que nuestra suerte no está inexorablemente determinada después de la muerte; que encontraremos en otras existencias los medios de rescatar y reparar nuestras faltas del pasado, así como de cumplir en una nueva vida lo que no podemos realizar en esta, a los fines de nuestro adelanto. (Véase el E.S.E. Capítulo IV, y el Capítulo V, § 5.)
Con esto se explican, por último, todas las aparentes anomalías de la vida. La luz se proyecta sobre nuestro pasado y nuestro porvenir, señal evidente de tu soberanajusticia y de tu infinita bondad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario