“¿Vine a lanzar fuego a la tierra, y que más quiero, si ya está encendido?” Las tres revelaciones - Liberación espiritual progresiva.
El Cristianismo es un proceso histórico aún en desarrollo. Los que piensan que la revelación cristiana ya se completó, se olvidan de las palabras de Jesús, registradas por Juan: “Tengo aún mucho que deciros, pero ahora no podéis con ello; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad” (16:12-13). Fíjense bien en el final: “él os guiará a toda la verdad”, que no es en sí misma una expresión acabada, sino una indicación de cosas por acontecer. Guiar a toda la verdad no es ofrecer la verdad completa, sino llevarla progresivamente a ella.
Kardec enseña, en “El Evangelio según el Espiritismo”, que el ciclo histórico de las revelaciones cristianas se constituye de tres partes: la I Revelación, la de Moisés, que ya anunciaba otra, por las profecías; la II Revelación, la de Jesús, que también anuncia otra, por la promesa de Consolador o Espíritu de la Verdad; y por fin la III Revelación, o el Espiritismo, que se cumple en nuestros días, por el derramamiento del Espíritu sobre toda la carne, como quería Moisés.
La I Revelación nos trajo la Ley, pero esta, según Pablo, no era más que el preceptor para conducir los hombres a Cristo. La II Revelación nos trajo la gracia y el amor, en la enseñanza y en el ejemplo de Jesús. La III Revelación nos trajo la verdad, y esta va revelándose poco a poco, en el proceso de nuestro crecimiento espiritual. Así como Cristo no vino a destruir la Ley, dice Kardec, también el Espiritismo no vino a destruir la enseñanza cristiana, sino a darle ejecución. “Nada enseña contrario a lo que Cristo enseñó, sino que desarrolla, completa y explica, en términos claros y para toda la gente, lo que fue dicho sólo bajo la forma alegórica”.
En la I Revelación tenemos el empleo de la fuerza y del temor, para arrancar a los hombres de la idolatría y de la sumisión a las divinidades paganas, que no eran más que espíritus inferiores a dominar las criaturas. En la II Revelación tenemos el empleo de la fe y del amor, para liberar al espíritu humano del apego a los formalismos de la tradición, encaminándolo a la práctica de la fraternidad. En la III Revelación tenemos el empleo de la verdad, que esclarece la fe a través de la razón, para que el hombre pueda amar comprendiendo. El hombre ya no debe temer, sólo creer y amar, pero también y sobre todo que sepa porque cree y porque ama. Con Moisés, el mundo se prepara a recibir el Cristianismo, pero aún envuelto en las nieblas de las formas primitivas de religión, sacrificando animales para la redención humana. Con Jesús, el Cristianismo ilumina la Tierra, pero su claridad matinal deja confuso al espíritu humano, que huye de la luz, buscando ocultarse en la sombra de las viejas formas religiosas. De ahí el sincretismo con que nacieron las religiones cristianas, en una intensa mezcla de principios y formas de cultos paganos a las enseñanzas del Maestro. Con el Espiritismo, la luz del Cristianismo se hace meridiana, iluminando el espíritu humano en su plenitud emocional y racional, llevando el hombre a la adoración de Dios en espíritu y verdad, como lo enseñara Jesús a la mujer samaritana.
Vemos, sin embargo, que los adeptos de la I Revelación no aceptaron la II y buscaron combatirla por todas las formas. Lo mismo acontece con la aparición de la III Revelación, que es también combatida por los adeptos de la II. Si los rabinos judíos no admitieron la legitimidad del Mesías, los sacerdotes cristianos no admiten la legitimidad del Consolador. Porque el espíritu humano se apega a sistemas, a formas de interpretación y de culto, a la letra que mata, según enseñaba Pablo, temiendo al espíritu que vivifica. No nos debemos extrañar pues, de las campañas hoy movidas contra el Espiritismo, y mucho menos la incomprensión de los propios cristianos para con nuestros principios.
Jesús anunció, según vemos en Lucas, 12:49: “¿Vine a lanzar fuego a la tierra, y que más quiero, si ya está encendido? El Cristianismo es comparado a un incendio, que labra en el mundo. Ahora, el incendio ilumina, pero también quema. Cuando el gran incendio cristiano, atravesando los milenios, alcanza en el Espiritismo su fase decisiva, no es de extrañar que él provoque sustos y protestas. Es natural que así sea. Y no hay razón para aborrecer a los que nos atacan y censuran. Si confiamos en la solidez de nuestros principios, ¿qué mal hace que los otros la experimenten? El Espiritismo no es sostenido por ninguna organización material, ni difundido por cualquier sistema artificial de propaganda. Él es como un fuego, que se propaga por sí mismo, a través de la espontánea dedicación de sus adeptos. Así fue el Cristianismo de los primeros tiempos, y así es el Espiritismo, es el Renacimiento Cristiano, según la expresión de Emmanuel. Esperemos tranquilos y confiados, como supieron esperar los grandes pioneros de nuestra fe.
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