“Y él les dijo: ¿Por qué no me
procurabais? ¿No sabéis que me conviene tratar de los negocios de mi
Padre? (Lucas, 2:49)
El hombre del mundo está siempre preocupado por los negocios
referentes a sus intereses efímeros.
Algunos pasan la existencia entera observando la cotización de las
bolsas. Otros se absorben en el estudio de los mercados.
Los países tienen negocios internos y externos. En los servicios que les
corresponde se utilizan maravillosas actividades de la inteligencia. Entre tanto,
a pesar de su forma respetable, cuando son legítimas, todos esos
movimientos son precarios y transitorios. Las bolsas más fuertes sufrirán
crisis; el comercio del mundo es versátil y, a veces, ingrato.
Son muy raros los hombres que se consagran a sus intereses eternos.
Frecuentemente, se acuerdan de eso, muy tarde, cuando el cuerpo
permanece a morir. Sólo entonces, quiebran el olvido fatal.
No obstante, la criatura humana debería entender en la iluminación de sí
misma el mejor negocio de la Tierra, por cuanto semejante operación
representa el interés de la Providencia Divina, a nuestro respecto.
Dios permitió las transacciones en el planeta, para que aprendamos la
fraternidad en las expresiones del cambio, dejó que se procesasen los
negocios terrenos, de modo a enseñarnos, a través de ellos, cuál es el mayor
de todos. Es por eso que el Maestro nos habla claramente, en las anotaciones
de Lucas: - “¿No sabéis que me conviene tratar de los negocios de mi
Padre?”.
Emmanuel.
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