viernes, 13 de mayo de 2016

PREPARACION FAMILIAR


El problema familiar, por más que nos despreocupemos de él tratando de escapar a la responsabilidad directa, constituirá siempre una de las cuestiones fundamentales de la felicidad humana.
Es un tremendo error suponer que la muerte borra los recuerdos, a modo de esponja que absorbe el vinagre en la limpieza del utensilio de cocina. Ciertamente, los vínculos menos dignos terminan en la sombra del sepulcro, cuando soportados valerosamente y encarados como sacrificio purificador en la existencia material. El noventa por ciento, quizá, de los matrimonios infelices por la falta de afinidad espiritual, se extinguen con la muerte, que liberta naturalmente a las víctimas de los grilletes y de los ver-dugos. El Evangelio de Jesús enseña entre los vivos que Dios no es Dios de muertos, y los que han perdido la indumentaria carnal, sintiéndose más vi-vos que nunca, añaden que Dios no es Dios de condenados. Que los Otéelos de la Tierra se prevengan, en sus relaciones con las Desdémonas virtuosas del mundo, porque aparte del cadáver, no podrán apuñalar a las esposas, libres de la carne; y las mujeres celosas, desgreñadas dentro de la noche, gritando blasfemias injuriosas contra los maridos inocentes, que se preparen para largo tiempo de separación en la esfera invisible, donde en la mejor de las hipótesis recibirán servicios de reeducación, en su propio beneficio.
La muerte sería un monstruo terrible si consolidase los grilletes terrestres en aquellos que toleraron heroicamente la tiranía y el egoísmo de otro. Aparte de sus muros de sombra, hay castillos sublimes para los que amaron con el alma, y atesoraron con el sentimiento más puro, el ideal y la esperanza en una vida mejor; y hay además precipicios oscuros, por donde bajan los insurrectos en desesperación por no poder oprimir y martirizar, por más tiempo, los corazones dedicados y sensibles de que se rodeaban en la Tierra.
Hecha esta salvedad, alusiva a los principios de afinidad que gobiernan la sociedad espiritual, recordemos la misión educativa que el mundo confiere al corazón de los padres, en nombre de Dios.
¿Vendría a constituir un acto casual de la Naturaleza, la unión de dos criaturas, convertidas en padre y madre de diversos seres? ¿Mera eventua-lidad la instalación de una cuna adornada de flores?  

Dice la Medicina que el hecho se reduce a simple acontecimiento biológico, el estatuto político registra un nuevo habitante para enriquecer la población del suelo y la Teología sostiene que el Creador acaba de formar otra alma, destinada al teatro de la vida, mientras la institución doméstica celebra lo ocurrido con desvariada alegría, muy bella, sin duda, pero vecina a la irreflexión y a la irresponsabilidad. Es razonable que los padres sientan emociones verdaderamente sublimes y acojan al retoño de su amor con in-definibles transportes de júbilo. Pese a ello, es necesario añadir que la ga-llina y la leona hacen lo mismo. Ciertas aves del sur de Europa llegan a ro-bar pequeñas joyas a las damas ricas, a fin de adornar el nido venturoso por la llegada de los polluelos. Por ese motivo, en el círculo de la Humanidad, es preciso instituir servicios eficientes contra el cariño inoportuno y esteri-lizador.
Los hijos no son almas creadas en el instante del nacimiento, como di-cen las viejas afirmaciones del sacerdocio organizado. Son compañeros espirituales de luchas antiguas, a quienes pagamos deudas sagradas o de quienes recibimos alegrías puras, por créditos de otro tiempo. La institución de la familia es crisol sublime de purificación y el olvido de esa ver-dad nos cuesta un elevado precio en la vida espiritual.
Es lamentable nuestro estado de alma, cuando volvemos a la vida libre, de corazón esclavizado al campo inferior del mundo, en virtud del olvido de nuestras obligaciones paternas. En vano intentaremos tardíamente enseñar las lecciones de la realidad legítima; en balde nos acercaremos a los corazones amados para recordar la eternidad de la vida. Semejantes im-pulsos se verifican fuera de la ocasión que sería deseable, porque la fantasía ya ha solidificado su obra y la ilusión ha modificado el paisaje natural del camino. Ya no valen el llanto y la lamentación. ¡Es indispensable aguardar el tiempo de la misericordia, puesto que hemos menospreciado el tiempo del servicio!
Prevénganse pues, los padres y madres terrestres, a fin de no perderse, envenenando el corazón de los hijos, alejándose del deber y del trabajo. ¡Aniquilen el egoísmo afectuoso que los ciega, si no quieren cavar el abismo futuro!...
Mientras escribo, oigo a un amigo, ya arrebatado igualmente de la vi-da humana, que me pide encaminar a los compañeros encarnados las si-guientes ponderaciones:
—¡Bienaventurados los padres pobres en dinero o renombre, que no coartan

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