lunes, 2 de mayo de 2016

DEUDAS DE AYER

Con profunda pena, leí hace algunos días, una carta fechada en Puerto Rico, de la cual copiaré
algunos párrafos:
“Higinia Ramos, pobre mujer del pueblo, tenía dos hijos: una niña de cuatro años y un niño de
dos años escasos; madre joven y apasionada, amaba a sus hijos con toda la potencia de su ser.
Pero, no hay felicidad completa para los habitantes de este mundo; y la pobre Higinia ha pasado
por la prueba más espantosa.
El 22 de Agosto, a la una de la tarde, salió Higinia de su casa, para buscar unas yerbas
medicinales que cortaran las fiebres de su hija, que estaba en la cama postrada por la calentura. Dejó a la
lumbre un puchero con agua y saltó una chispa del hornillo encendido que prendió a las viejas paredes de
la Cabaña, (paredes que eran de tablas carcomidas) no se sabe la causa del horrible siniestro; la verdad es,
que la casucha ardió rápidamente, y cuando Higinia volvió a su casa sólo encontró un montón de
humeantes cenizas y el cuerpo de la niña completamente carbonizado. De aquella criatura tan hermosa,
tan gentil, tan hechicera, sólo quedaban huesos ennegrecidos y carne achicharrada; los restos de la
inocente niña fueron recogidos en hojas de higuera. ¡Qué horror! ¡Qué fin tan terrible el de la pequeña
Georgina! ¿Por qué, siendo tan niña, ajeno su corazón a las bajas pasiones; ángel de amor y de inocencia
en el cielo de su hogar? ¿Por qué, tras de las necesidades y sufrimientos de la vida, tuvo un fin tan
espantoso y triste?
Amalia; vos que sois la intérprete más dulce y consoladora de las amarguras de este mundo;
vuelva su mirada a este campo de Puerto Rico, y vea a una madre desolada que, hace pocos días abrazaba
con amor a su hija y en breves momentos vio destrozado su cuerpo por el fuego devorador, sin haber
tenido el consuelo de recibir su último suspiro, besando su frente y sus hermosos ojos…
Los espiritistas, que contemplamos tan desastroso cuadro, ante dolor tan inmenso, inclinamos
sumisos la cabeza y decimos, con tristeza: ¡Cúmplase la ley! Pedimos luz para el Espíritu arrancado de un
cuerpo por la brutal violencia de las llamas. Amamos la verdad; queremos dar un consuelo a esa pobre
madre y dar luz a los seres que creen en la injusticia de Dios o en la casualidad; y recurrimos a vos para
ver si vuestro guía quiere o puede decir algo sobre este caso tan triste, tan doloroso, tan cruel; pida
inspiración, Amalia, pida inspiración, pulse la lira de su mediumnidad y que la luz y el consuelo lleguen
hasta una madre dolorida que llegará a la desesperación, si no recibe una palabra de esperanza y de amor.
Mucho me conmovió la lectura de las líneas que he copiado y pedí, con verdadero afán, al guía
de mis trabajos, una comunicación para la pobre madre que en breves segundos había perdido lo que más
amaba, y obtuve la contestación siguiente:
“Muchos llegan a ti, pidiéndote consuelo, y uno de los seres más necesitados que te lo han
pedido, es esa madre desolada que nunca se consolará, que jamás volverá a sonreír como sonreía
acariciando a su hija, porque lo que yo pueda decirle, es amargo, es triste, no tiene otro lado ventajoso que
ser cierto, que ser verídico lo que voy a decirte y que con mi relato puede adquirir el convencimiento de
que no es victima de la fatalidad, ni de un destino adverso, recoge, únicamente, lo que sembró ayer”.
“Hace muchos siglos que Higinia y Georgina van juntas; son dos espíritus unidos por el amor,
por un amor inmenso; se han querido tanto mutuamente, que no han dejado en su corazón el más leve
latido para los demás; satisfechos sus deseos, no se han ocupado, ni poco ni mucho, de la humanidad ni
de las luchas sociales. Han pertenecido muchas veces al sexo fuerte, y en una de sus encarnaciones,
Georgina era un magnate poderoso y su escudero predilecto era Higinia, que en aquella época era un
hombre sometido por completo a los caprichos de su señor. Los dos se querían entrañablemente; lo que
pensaba el uno, lo sancionaba el otro, y como no pensaban nada bueno, cometían crímenes, que quedaban
envueltos en el misterio, como quedan siempre las infamias cometidas por los grandes de la Tierra; que el
oro ha sido la venda que ha dejado sin vista a los jueces más incorruptibles en todos los tiempos; y
Georgina, que era entonces un prócer, en cuyos dominios no se ponía el Sol, ayudado y secundado por su
fiel escudero, satisfacía todos sus caprichos, sin inquietarse por los daños que causaba. Vivía únicamente
para sí, y el escudero vivía para su señor; estando este contento, lo demás le era indiferente. Sancho de
Ulloa, que así se llamaba entonces el opulento magnate, consideraba a las mujeres como bonitos juguetes
para entretener los ocios del hombre; gentil y apuesto, sus triunfos y sus victorias en el campo del amor
fácil, eran innumerables; le bastaba mirar para conseguir; así es que le sorprendió mucho y le exasperó
más, la negativa de una mujer joven y bella, casada y madre de una niña hermosísima, y entre él y su
escudero se propusieron conseguir lo que tanto Sancho ambicionaba, y no quisieron que sucumbiera por
la fuerza, la honrada joven, sino que la gratitud la hiciera caer en los brazos de su rendido galanteador.
Con un pretexto muy bien buscado, hicieron salir de la ciudad al esposo de la virtuosa mujer que
desdeñaba a sus adoradores, y prendieron fuego a la casa que aquella habitaba, y que estaba fuera de la población rodeada de jardines. Sancho, sacó de entre las llamas al objeto de sus ansias, pero ni él ni su
escudero se acordaron de la inocente niña que dormía tranquilamente en su lecho; los criados, todos se
salvaron, y cuando la infeliz madre se dio cuenta de que aún vivía gritó, llamando a su hija; corrió por los
jardines de su destruida morada y llegó a encontrarla carbonizada; cayó sobre ella y lanzó una de esas
carcajadas que arrebatan para siempre la razón. Sancho, se horrorizó de su obra; su escudero, también y
por primera vez sintieron el dolor del remordimiento. Sancho, arrepentido de sus muchos crímenes, hizo
una confesión general y se retiró a un convento y su fiel escudero le siguió, muriendo los dos en el
Cenobio”.
“Siguieron en el espacio tan unidos como habían estado en la Tierra, y encarnaron repetidas
veces, enlazados por diversos afectos. Últimamente, volvieron a ese mundo con la envoltura femenina, y
Georgina pidió pagar en esta existencia el crimen cometido con la inocente niña que por su culpa murió
carbonizada; ella pagó una de sus deudas, y su madre ha pagado, con su dolor inmenso, la activa parte
que tomó en todos los crímenes que llevaba a cabo su señor y dueño”.
“Ya sabe Higinia porqué ha perdido a su adorada hija; porque nadie puede ser dichoso hasta
estar libre de pecado. Que reconozca la justicia de la eterna ley y sólo piense en borrar con buenas obras
las manchas indelebles de su ayer”.
Ciertamente que es triste conocer nuestras miserias, pero, la verdad ante todo, porque sabiendo la
verdad es más fácil buscar el remedio a nuestros males. Todo crimen se borra con el sacrificio por
nuestros semejantes, con el amor a la humanidad, con la abnegación sin límites.
Bendito sea el estudio y la propaganda del Espiritismo, pues sólo por el Espiritismo, la
humanidad será algún día libre y feliz. No habiendo culpables, no habrá penitenciarías habitadas por
criminales, como lo está la Tierra.
Amalia Domingo Soler

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