La libertad es la condición necesaria al alma humana que, sin ella, no podría construir su destino. Es en vano que los filósofos y los teólogos han argumentado largamente al respecto de esta cuestión. A porfía la han oscurecido con sus teorías y sofismas, llevando a la Humanidad a la esclavitud en vez de guiarla hacia la luz libertadora. La noción es simple y clara. Los druidas la habían formulado desde los primeros tiempos de nuestra Historia. Está expresada en las "Tríadas" en estos términos: Hay tres unidades primitivas - Dios, la luz y la libertad.
à primera vista, la libertad del hombre parece muy limitada en el círculo de fatalidades que lo encierra: necesidades físicas, condiciones sociales, intereses o instintos. Mas, considerando la cuestión mas de cerca, se ve que esta libertad es siempre suficiente para permitir que el alma quiebre este círculo y escape de las fuerzas opresoras.
La libertad y la responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación; es la responsabilidad del hombre que hace su dignidad y moralidad. Sin ella, no sería él mas que un autómata, un juguete de las fuerzas ambientales: la noción de moralidad es inseparable de la de libertad.
La responsabilidad es establecida por el testimonio de la consciencia, que nos aprueba o censura según la naturaleza de nuestros actos. La sensación de remordimiento es una prueba más demostrativa que todos los argumentos filosóficos. Para todo Espíritu, por pequeño que sea su grado de evolución, la ley del deber brilla como un farol, a través de la neblina de las pasiones e intereses. Por eso, vemos todos los días hombres en las posiciones más humildes y difíciles preferir aceptar dura pruebas a rebajarse a cometer actos indignos.
Si la libertad humana es restricta, está por lo menos en vías de un perfecto desarrollo, porque el progreso no es otra cosa mas que la extensión del libre-albedrío en el individuo y en la colectividad. La lucha entre la materia y el espíritu tiene precisamente como objetivo liberar a este último cada vez mas del yugo de las fuerzas ciegas. La inteligencia y la voluntad llegan, poco a poco, a predominar sobre lo que a nuestros ojos representa la fatalidad. El libre-albedrío es, pues, la expansión de la personalidad y de la conciencia. Para ser libres es necesario querer serlo y hacer el esfuerzo para ello, liberándonos de la esclavitud de la ignorancia y de las pasiones bajas, substituyendo el imperio de las sensaciones y de los instintos por el de la razón.
Esto sólo se puede obtener por una educación y una preparación prolongada de las facultades humanas: liberación física por la limitación de los apetitos; liberación intelectual
por la conquista de la verdad; liberación moral por la búsqueda de la virtud. Es esta la obra de los siglos. Mas, en todos los grados de su ascensión, en la repartición de los bienes y de los males de la vida, al lado de la concatenación de las cosas, sin perjuicio de los destinos que nuestro pasado nos inflige, hay siempre lugar para la libre voluntad del hombre.
à primera vista, la libertad del hombre parece muy limitada en el círculo de fatalidades que lo encierra: necesidades físicas, condiciones sociales, intereses o instintos. Mas, considerando la cuestión mas de cerca, se ve que esta libertad es siempre suficiente para permitir que el alma quiebre este círculo y escape de las fuerzas opresoras.
La libertad y la responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación; es la responsabilidad del hombre que hace su dignidad y moralidad. Sin ella, no sería él mas que un autómata, un juguete de las fuerzas ambientales: la noción de moralidad es inseparable de la de libertad.
La responsabilidad es establecida por el testimonio de la consciencia, que nos aprueba o censura según la naturaleza de nuestros actos. La sensación de remordimiento es una prueba más demostrativa que todos los argumentos filosóficos. Para todo Espíritu, por pequeño que sea su grado de evolución, la ley del deber brilla como un farol, a través de la neblina de las pasiones e intereses. Por eso, vemos todos los días hombres en las posiciones más humildes y difíciles preferir aceptar dura pruebas a rebajarse a cometer actos indignos.
Si la libertad humana es restricta, está por lo menos en vías de un perfecto desarrollo, porque el progreso no es otra cosa mas que la extensión del libre-albedrío en el individuo y en la colectividad. La lucha entre la materia y el espíritu tiene precisamente como objetivo liberar a este último cada vez mas del yugo de las fuerzas ciegas. La inteligencia y la voluntad llegan, poco a poco, a predominar sobre lo que a nuestros ojos representa la fatalidad. El libre-albedrío es, pues, la expansión de la personalidad y de la conciencia. Para ser libres es necesario querer serlo y hacer el esfuerzo para ello, liberándonos de la esclavitud de la ignorancia y de las pasiones bajas, substituyendo el imperio de las sensaciones y de los instintos por el de la razón.
Esto sólo se puede obtener por una educación y una preparación prolongada de las facultades humanas: liberación física por la limitación de los apetitos; liberación intelectual
por la conquista de la verdad; liberación moral por la búsqueda de la virtud. Es esta la obra de los siglos. Mas, en todos los grados de su ascensión, en la repartición de los bienes y de los males de la vida, al lado de la concatenación de las cosas, sin perjuicio de los destinos que nuestro pasado nos inflige, hay siempre lugar para la libre voluntad del hombre.
¿Cómo conciliar nuestro libre-albedrío con la providencia divina? Ante el conocimiento anticipado que Dios tiene de todas las cosas, ¿se puede verdaderamente afirmar la libertad humana? Cuestión compleja y ardua en apariencia que hizo correr ríos de tinta y cuya solución es, no obstante, de las más simples. Mas, elhombre no gusta de las cosas simples; prefiere lo oscuro, lo complicado, y no acepta la verdad sino después de haber agotado todas las formas de error.
Dios, cuya ciencia infinita abarca todas las cosas, conoce la naturaleza de cada hombre y los impulsos, las tendencias, de acuerdo con las cuales podrá determinarse. Nosotros mismos, conociendo el carácter de una persona, podríamos fácilmente prever el sentido en que, en una circunstancia dada, ella decidirá, ya sea según el interés, ya sea según el deber. Una resolución no puede nacer de la nada. Está forzosamente unida a una serie de causas y efectos anteriores de las que deriva y que la explican. Dios, conociendo a cada alma en sus menores particularidades, puede, pues, rigurosamente deducir, con la certeza, del conocimiento que tiene de esa alma y de las condiciones en que ella es llamada a actuar, las determinaciones que, libremente, ella tomará.
Notemos que no es la previsión de nuestros actos lo que los provoca. Si Dios no pudiese prever nuestras resoluciones, no dejarían ellas, por eso; de seguir su libre curso.
Es así que la libertad humana y la providencia divina se concilian y combinan, cuando se considera el problema a la luz de la razón.
El círculo dentro del cual se ejerce la voluntad del hombre, es, de mas a mas, excesivamente restricto y no puede, en ningún caso, impedir la acción divina, cuyos efectos se desarrollan en la inmensidad sin limites. El débil insecto, perdido en un rincón del jardín, no puede, desordenando los pocos átomos a su alcance, lanzar la perturbación en la harmonía del conjunto y poner obstáculos a la obra del Divino Jardinero.
La cuestión del libre-albedrío tiene una importancia capital y graves consecuencias para toda el orden social, por su acción y repercusión en la educación, en la moralidad, en la justicia, en la legislación, etc.
Determinó dos corrientes opuestas de opinión - los que niegan el libre-albedrío y los que lo admiten con restricción.
Los argumentos de los fatalistas y deterministas se resumen así: "El hombre está sometido a los impulsos de su naturaleza, que lo dominan y obligan a querer, a determinarse en un sentido, de preferencia a otro; luego, no es libre."
La escuela adversa, que admite la libre voluntad del hombre, ante ese sistema negativo, exalta la teoría de las causas indeterminadas. Su más ilustre representante, en nuestra época, fue Ch. Renouvier.
Los puntos de vista de ese filósofo fueron confirmados, recientemente, por los bellos trabajos de Wundt, sobre la percepción, de Alfred Fouillée sobre la idea-fuerza y de Boutroux sobre la contingencia de la ley natural.
Los elementos que la revelación neo-espiritualista nos trae, sobre la naturaleza y el futuro del ser, dan a la teoría del libre-albedrío sanción definitiva. Vienen arrancar a la consciencia moderna la influencia deletérea del materialismo y a orientar el pensamiento hacia una concepción del destino, que tendrá por efecto, como decía C, du Prel, recomenzar la vida interior de la Civilización.
Hasta ahora, tanto desde el punto de vista teológico como determinista, la cuestión había quedado casi insoluble. No podía ser de otro modo, puesto que cada uno de aquellos sistemas partía del dato inexacto de que el ser humano tiene que vivir una única existencia. La cuestión muda, sin embargo, enteramente de aspecto si se ensancha el circulo de la vida y se considera el problema a la luz que proyecta la doctrina de los renacimientos. Así, cada ser conquista su propia libertad en el curso de la evolución que tiene que concluir.
Suplida, al principio, por el instinto, que poco a poco desaparecerá para dar lugar a la razón, nuestra libertad es muy escasa en los grados inferiores y en todo el período de nuestra educación primaria. Toma extensión considerable, desde que el Espíritu adquiere la comprensión de la ley.
Y siempre, en todos los grados de su ascensión, en la hora de las resoluciones importantes, será asistido, guiado, aconsejado por Inteligencias superiores, por Espíritus mayores y más iluminados que él.
El libre-albedrío; la libre voluntad del Espíritu se ejerce principalmente en la hora de las reencarnaciones. Escogiendo tal familia, cierto medio social, él sabe de antemano cuales son las pruebas que lo aguardan, mas comprende, igualmente, la necesidad de estas pruebas para desarrollar sus cualidades, curar sus defectos, desnudar sus preconceptos y vicios. Estas pruebas pueden ser también consecuencia de un pasado nefasto, que es preciso
reparar, y él las acepta con resignación y confianza, porque sabe que sus grandes hermanos del Espacio no lo abandonarán en las horas difíciles.
El futuro se le aparece entonces, no en sus pormenores, mas en sus trazos más salientes, o sea, en la medida en que ese futuro es la resultante de actos anteriores. Estos actos representan la parte de fatalidad o "la predestinación" que ciertos hombres son llevados a ver en todas las vidas. Son simplemente, como vimos, efectos o reacciones de causas remotas. En realidad, nada hay de fatal y, cualquiera que sea el peso de las responsabilidades en que haya incurrido, se puede siempre atenuar, modificar la suerte con obras de dedicación, de bondad, de caridad, por un largo sacrificio al deber.
El problema del libre-albedrío tiene, decíamos, gran importancia desde el punto de vista jurídico.
Teniendo, no obstante, en cuenta el derecho de represión y preservación social, es muy difícil precisar, en todos los casos que dependen de los tribunales, la extensión de las responsabilidades individuales. No es posible hacerlo sino estableciendo el grado de evolución de los criminales. El neo-espiritualismo nos daría tal vez los medios; mas, la justicia humana, poco versada en estas materias, continua siendo ciega e imperfecta en sus decisiones y sentencias.
Muchas veces el malo, el criminal no es, en realidad, mas que un Espíritu nuevo e ignorante en el que la razón no tuvo tiempo de madurar. "El crimen, dice Duclos, es siempre el resultado de un falso juicio." Es por eso que las penalidades infligidas deberían ser establecidas de modo que obligasen al condenado a reflexionar, a instruirse, a lustrarse, a enmendarse. La sociedad debe corregir con amor y no con odio, sin lo que se vuelve criminal.
Las almas, como demostramos, son equivalentes en su punto de partida. Son diferentes por sus grados infinitos de adelantamiento: unas nuevas; otras viejas, y, por consiguiente, diferentemente desarrolladas en moralidad y sabiduría, según la edad. Seria injusto pedir al Espíritu infantil méritos iguales a los que se pueden esperar de un Espíritu que vio y aprendió mucho. De ahí la gran diferenciación en las responsabilidades.
El Espíritu sólo está verdaderamente preparado para la libertad el día en que las leyes universales, que le son externas, se vuelvan internas y conscientes por el propio hecho de su evolución. El día en que él comprenda la ley y haga de ella la norma de sus acciones, habrá alcanzado el punto moral en que el hombre se posee, domina y gobierna a sí mismo.
De ahí en adelante ya no precisará de constreñimiento y de la autoridad social para corregirse. Y se da con la colectividad lo que se da con el individuo. Un pueblo sólo es verdaderamente libre, digno de la libertad, si aprendió a obedecer a esa ley interna, ley moral, eterna y universal, que no emana ni del poder de una casta, ni de la voluntad de las multitudes, y sí de un Poder mas elevado. Sin la disciplina moral que cada uno debe imponerse a sí mismo, las libertades no pasan de un logro; se tiene la apariencia, mas no las costumbres de un pueblo libre. La sociedad queda expuesta por la violencia de sus pasiones, y la intensidad de sus apetitos, a todas las complicaciones, a todos los desordenes. Todo lo que se eleva hacia la luz se eleva hacia la libertad. Esta se expande plena y entera en la vida superior.
El alma sufre tanto mas el peso de las fatalidades materiales, cuanto más atrasada e inconsciente es, tanto más libre se torna cuanto más se eleva y aproxima de lo divino.
En estado de ignorancia, es una felicidad para ella estar sometida a una dirección. Mas, cuando es sabia y perfecta, goza de su libertad en la luz divina.
En general, todo hombre llegado al estado de razón es libre y responsable en la medida de su
adelanto. Pongo en claro los casos en que, bajo el dominio de una causa cualquiera, física o moral, enfermedad u obsesión, el hombre pierde el uso de sus facultades. No se puede desconocer que lo físico ejerce, a veces, gran influencia sobre lo moral; mas, en la lucha trabada entre ambos, las almas fuertes triunfan siempre. Sócrates decía que había sentido germinar en sí los instintos más perversos y que los domara. Había en este filósofo dos corrientes de fuerzas contrarias, una orientada hacia el mal, otra hacia el bien. Era la última la que predominaba. Hay también causas secretas, que muchas veces actúan sobre nosotros. A veces la intuición viene a combatir al raciocinio, impulsos partidos de la consciencia profunda nos determinan en un sentido no previsto. No es la negación del libre-albedrío; es la acción del alma en su plenitud, interviniendo enel curso de su destino, o, sino, será la influencia de nuestros Guías invisibles, que se ejerce y nos impele en el sentido del plan divino, la intervención de una Inteligencia que, viniendo de mas lejos y mas alto, trata de evadirnos de las contingencias inferiores y llevarnos hacia las cimas. En todos estos casos, todavía él sólo nuestra voluntad la que rechaza o acepta y decide en última instancia.
En resumen, en vez de negar o afirmar el libre-albedrío, según la escuela filosófica a que se pertenezca, seria más exacto decir: "El hombre es el obrero de su liberación." El estado completo de libertad loalcanza con el cultivo intimo y en la valorización de sus potencias ocultas. Los obstáculos acumulados en sucamino son meramente medios de obligarlo a salir de la indiferencia y a utilizar sus fuerzas latentes. Todas lasdificultades materiales pueden ser vencidas.
Somos todos solidarios y la libertad de cada uno se liga a la libertad de los otros. Liberándose de las pasiones y de la ignorancia, cada hombre libera sus semejantes. Todo lo que contribuye para disipar las tinieblas de la inteligencia y hacer recular el mal, hace a la Humanidad mas libre, más consciente de sí misma, de sus deberes y potencias.
Elevemos, pues, la consciencia de nuestro papel y fin, y seremos libres. Aseguraremos con nuestros esfuerzos, enseñanzas y ejemplos la victoria de la voluntad así como del bien y, en vez de formar seres pasivos, curvados al yugo de la materia, expuestos a la incertidumbre e inercia, habremos hecho almas verdaderamente libres, sueltas de las cadenas de la fatalidad y volando encima del mundo por la superioridadde las cualidades conquistadas.
Leon Denis.
Dios, cuya ciencia infinita abarca todas las cosas, conoce la naturaleza de cada hombre y los impulsos, las tendencias, de acuerdo con las cuales podrá determinarse. Nosotros mismos, conociendo el carácter de una persona, podríamos fácilmente prever el sentido en que, en una circunstancia dada, ella decidirá, ya sea según el interés, ya sea según el deber. Una resolución no puede nacer de la nada. Está forzosamente unida a una serie de causas y efectos anteriores de las que deriva y que la explican. Dios, conociendo a cada alma en sus menores particularidades, puede, pues, rigurosamente deducir, con la certeza, del conocimiento que tiene de esa alma y de las condiciones en que ella es llamada a actuar, las determinaciones que, libremente, ella tomará.
Notemos que no es la previsión de nuestros actos lo que los provoca. Si Dios no pudiese prever nuestras resoluciones, no dejarían ellas, por eso; de seguir su libre curso.
Es así que la libertad humana y la providencia divina se concilian y combinan, cuando se considera el problema a la luz de la razón.
El círculo dentro del cual se ejerce la voluntad del hombre, es, de mas a mas, excesivamente restricto y no puede, en ningún caso, impedir la acción divina, cuyos efectos se desarrollan en la inmensidad sin limites. El débil insecto, perdido en un rincón del jardín, no puede, desordenando los pocos átomos a su alcance, lanzar la perturbación en la harmonía del conjunto y poner obstáculos a la obra del Divino Jardinero.
La cuestión del libre-albedrío tiene una importancia capital y graves consecuencias para toda el orden social, por su acción y repercusión en la educación, en la moralidad, en la justicia, en la legislación, etc.
Determinó dos corrientes opuestas de opinión - los que niegan el libre-albedrío y los que lo admiten con restricción.
Los argumentos de los fatalistas y deterministas se resumen así: "El hombre está sometido a los impulsos de su naturaleza, que lo dominan y obligan a querer, a determinarse en un sentido, de preferencia a otro; luego, no es libre."
La escuela adversa, que admite la libre voluntad del hombre, ante ese sistema negativo, exalta la teoría de las causas indeterminadas. Su más ilustre representante, en nuestra época, fue Ch. Renouvier.
Los puntos de vista de ese filósofo fueron confirmados, recientemente, por los bellos trabajos de Wundt, sobre la percepción, de Alfred Fouillée sobre la idea-fuerza y de Boutroux sobre la contingencia de la ley natural.
Los elementos que la revelación neo-espiritualista nos trae, sobre la naturaleza y el futuro del ser, dan a la teoría del libre-albedrío sanción definitiva. Vienen arrancar a la consciencia moderna la influencia deletérea del materialismo y a orientar el pensamiento hacia una concepción del destino, que tendrá por efecto, como decía C, du Prel, recomenzar la vida interior de la Civilización.
Hasta ahora, tanto desde el punto de vista teológico como determinista, la cuestión había quedado casi insoluble. No podía ser de otro modo, puesto que cada uno de aquellos sistemas partía del dato inexacto de que el ser humano tiene que vivir una única existencia. La cuestión muda, sin embargo, enteramente de aspecto si se ensancha el circulo de la vida y se considera el problema a la luz que proyecta la doctrina de los renacimientos. Así, cada ser conquista su propia libertad en el curso de la evolución que tiene que concluir.
Suplida, al principio, por el instinto, que poco a poco desaparecerá para dar lugar a la razón, nuestra libertad es muy escasa en los grados inferiores y en todo el período de nuestra educación primaria. Toma extensión considerable, desde que el Espíritu adquiere la comprensión de la ley.
Y siempre, en todos los grados de su ascensión, en la hora de las resoluciones importantes, será asistido, guiado, aconsejado por Inteligencias superiores, por Espíritus mayores y más iluminados que él.
El libre-albedrío; la libre voluntad del Espíritu se ejerce principalmente en la hora de las reencarnaciones. Escogiendo tal familia, cierto medio social, él sabe de antemano cuales son las pruebas que lo aguardan, mas comprende, igualmente, la necesidad de estas pruebas para desarrollar sus cualidades, curar sus defectos, desnudar sus preconceptos y vicios. Estas pruebas pueden ser también consecuencia de un pasado nefasto, que es preciso
reparar, y él las acepta con resignación y confianza, porque sabe que sus grandes hermanos del Espacio no lo abandonarán en las horas difíciles.
El futuro se le aparece entonces, no en sus pormenores, mas en sus trazos más salientes, o sea, en la medida en que ese futuro es la resultante de actos anteriores. Estos actos representan la parte de fatalidad o "la predestinación" que ciertos hombres son llevados a ver en todas las vidas. Son simplemente, como vimos, efectos o reacciones de causas remotas. En realidad, nada hay de fatal y, cualquiera que sea el peso de las responsabilidades en que haya incurrido, se puede siempre atenuar, modificar la suerte con obras de dedicación, de bondad, de caridad, por un largo sacrificio al deber.
El problema del libre-albedrío tiene, decíamos, gran importancia desde el punto de vista jurídico.
Teniendo, no obstante, en cuenta el derecho de represión y preservación social, es muy difícil precisar, en todos los casos que dependen de los tribunales, la extensión de las responsabilidades individuales. No es posible hacerlo sino estableciendo el grado de evolución de los criminales. El neo-espiritualismo nos daría tal vez los medios; mas, la justicia humana, poco versada en estas materias, continua siendo ciega e imperfecta en sus decisiones y sentencias.
Muchas veces el malo, el criminal no es, en realidad, mas que un Espíritu nuevo e ignorante en el que la razón no tuvo tiempo de madurar. "El crimen, dice Duclos, es siempre el resultado de un falso juicio." Es por eso que las penalidades infligidas deberían ser establecidas de modo que obligasen al condenado a reflexionar, a instruirse, a lustrarse, a enmendarse. La sociedad debe corregir con amor y no con odio, sin lo que se vuelve criminal.
Las almas, como demostramos, son equivalentes en su punto de partida. Son diferentes por sus grados infinitos de adelantamiento: unas nuevas; otras viejas, y, por consiguiente, diferentemente desarrolladas en moralidad y sabiduría, según la edad. Seria injusto pedir al Espíritu infantil méritos iguales a los que se pueden esperar de un Espíritu que vio y aprendió mucho. De ahí la gran diferenciación en las responsabilidades.
El Espíritu sólo está verdaderamente preparado para la libertad el día en que las leyes universales, que le son externas, se vuelvan internas y conscientes por el propio hecho de su evolución. El día en que él comprenda la ley y haga de ella la norma de sus acciones, habrá alcanzado el punto moral en que el hombre se posee, domina y gobierna a sí mismo.
De ahí en adelante ya no precisará de constreñimiento y de la autoridad social para corregirse. Y se da con la colectividad lo que se da con el individuo. Un pueblo sólo es verdaderamente libre, digno de la libertad, si aprendió a obedecer a esa ley interna, ley moral, eterna y universal, que no emana ni del poder de una casta, ni de la voluntad de las multitudes, y sí de un Poder mas elevado. Sin la disciplina moral que cada uno debe imponerse a sí mismo, las libertades no pasan de un logro; se tiene la apariencia, mas no las costumbres de un pueblo libre. La sociedad queda expuesta por la violencia de sus pasiones, y la intensidad de sus apetitos, a todas las complicaciones, a todos los desordenes. Todo lo que se eleva hacia la luz se eleva hacia la libertad. Esta se expande plena y entera en la vida superior.
El alma sufre tanto mas el peso de las fatalidades materiales, cuanto más atrasada e inconsciente es, tanto más libre se torna cuanto más se eleva y aproxima de lo divino.
En estado de ignorancia, es una felicidad para ella estar sometida a una dirección. Mas, cuando es sabia y perfecta, goza de su libertad en la luz divina.
En general, todo hombre llegado al estado de razón es libre y responsable en la medida de su
adelanto. Pongo en claro los casos en que, bajo el dominio de una causa cualquiera, física o moral, enfermedad u obsesión, el hombre pierde el uso de sus facultades. No se puede desconocer que lo físico ejerce, a veces, gran influencia sobre lo moral; mas, en la lucha trabada entre ambos, las almas fuertes triunfan siempre. Sócrates decía que había sentido germinar en sí los instintos más perversos y que los domara. Había en este filósofo dos corrientes de fuerzas contrarias, una orientada hacia el mal, otra hacia el bien. Era la última la que predominaba. Hay también causas secretas, que muchas veces actúan sobre nosotros. A veces la intuición viene a combatir al raciocinio, impulsos partidos de la consciencia profunda nos determinan en un sentido no previsto. No es la negación del libre-albedrío; es la acción del alma en su plenitud, interviniendo enel curso de su destino, o, sino, será la influencia de nuestros Guías invisibles, que se ejerce y nos impele en el sentido del plan divino, la intervención de una Inteligencia que, viniendo de mas lejos y mas alto, trata de evadirnos de las contingencias inferiores y llevarnos hacia las cimas. En todos estos casos, todavía él sólo nuestra voluntad la que rechaza o acepta y decide en última instancia.
En resumen, en vez de negar o afirmar el libre-albedrío, según la escuela filosófica a que se pertenezca, seria más exacto decir: "El hombre es el obrero de su liberación." El estado completo de libertad loalcanza con el cultivo intimo y en la valorización de sus potencias ocultas. Los obstáculos acumulados en sucamino son meramente medios de obligarlo a salir de la indiferencia y a utilizar sus fuerzas latentes. Todas lasdificultades materiales pueden ser vencidas.
Somos todos solidarios y la libertad de cada uno se liga a la libertad de los otros. Liberándose de las pasiones y de la ignorancia, cada hombre libera sus semejantes. Todo lo que contribuye para disipar las tinieblas de la inteligencia y hacer recular el mal, hace a la Humanidad mas libre, más consciente de sí misma, de sus deberes y potencias.
Elevemos, pues, la consciencia de nuestro papel y fin, y seremos libres. Aseguraremos con nuestros esfuerzos, enseñanzas y ejemplos la victoria de la voluntad así como del bien y, en vez de formar seres pasivos, curvados al yugo de la materia, expuestos a la incertidumbre e inercia, habremos hecho almas verdaderamente libres, sueltas de las cadenas de la fatalidad y volando encima del mundo por la superioridadde las cualidades conquistadas.
Leon Denis.
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