Y como todos los días se levanto el niño para la lección de una nueva virtud. Hoy como se lo habia anunciado el dia anterior tocaba la voluntad...
-¿Tienes voluntad de levantarte, mamá?
-Sí, hombre, ya se levantará; en mala hora tu madre abrió Cátedra para ti por la mañana
temprano, que al paso que vas nos harás levantar con estrellas.
-Es que no te puedes figurar lo que me interesan los relatos de mamá, y como me
interesan tanto, todo el día me lo paso pensando en lo que me dirán el día siguiente. Ayer
me dijo que hoy hablaría sobre la voluntad, y esta palabra tiene tan distintas aplicaciones...
-Tienes razón, hijo mío, tienes razón; el mismo diccionario se las da: Es una de las
potencias del alma, que tiene por objeto el bien conocido; en Dios se toma por sus decretos
y determinaciones o disposiciones. El libre albedrío o la libre determinación. La elección
hecha por el propio dictamen o gusto, sin atención a otro respeto o reparo.
-No te canses, papá, no te canses; ayer leí todo lo que dice el diccionario concerniente a
la voluntad, y no me satisfacen las explicaciones de ese libraco; mamá, estoy seguro,
segurísimo, me hablará de otra manera respecto a la voluntad.
Salió la buena madre sonriendo y abrazó al niño como si no le hubiera visto en mucho
tiempo, mientras que su marido los contemplaba emocionado, porque indudablemente no
hay cuadro más bello que el que ofrecen los dos amores más puros de la Tierra, el amor
maternal y el amor filial; representan el árbol de la vida dando sus preciosos frutos.
Salieron los tres, pasearon un corto rato y se sentaron junto a una fuente, donde
almorzaron con gran apetito, diciendo el niño:
-Ahora viene lo mejor; ahora viene el relato sobre la voluntad.
-Relato que será muy incompleto, porque hablar de la voluntad es hablar de la mar,
mejor dicho del infinito. La voluntad es el eje que mueve la gran rueda de la vida; por la
voluntad inquebrantable de los sabios, de los exploradores, de los inventores, de los
conquistadores, de todos los hombres que han soñado con el mejoramiento de las
costumbres y el engrandecimiento de los pueblos se han obtenido los maravillosos
descubrimientos que han ensanchado los horizontes de la vida.
La firme voluntad de Cristóbal Colón dio un nuevo mundo a la católica España. Édison
ha producido una verdadera revolución con sus maravillosos inventos, porque la firmeza de
su voluntad le ha dado un poder verdaderamente sobrenatural, y si te fuera a enumerar, hijo
mío, los milagros realizados por todos los inventores y hasta dónde han llegado con sus
descubrimientos a fuerzan de trabajo y de constantes esfuerzos, no contando muchos de
ellos con más elementos que con su voluntad, porque han sido pobres, de humilde origen,
no teniendo ni familia que los protegiera ni Mecenas que les diera sombra; si me propusiera
hablarte de algunos de ellos, no concluiría nunca la relación de sus gloriosos hechos. De
esto se encarga la Historia Universal; yo te hablaré únicamente de los héroes ignorados, de
aquéllos que de pequeños infusorios han ido agrandando su círculo de acción, hasta llegar a
ser estrellas en el cielo de la vida.
-Eso me gusta mucho más; las grandezas de los pequeñitos las comprendo mejor; los
grandes hombres parece que me asustan.
-Son como los soles, deslumbran con sus rayos y no se les puede mirar de frente.
-¿Y por qué la Historia Universal no se ocupa de esos héroes ignorados?
-Tú mismo lo dices, porque se ignora la heroicidad de los pequeños. No se hace caso del
trabajo de las hormigas y en cambio se buscan con avidez los nidos de las águilas; pero
todo trabajo realizado tiene su recompensa. ¿Te acuerdas de aquel pobre ciego que a ti
tanto te llamaba la atención porque iba solo, sin lazarillo?
-Ya lo creo que me acuerdo, ¡pobrecillo!, bastantes veces le di el realito que tú me das
los domingos.
-Pues aquél era un héroe ignorado.
-Ya lo creo; no era poca su heroicidad arriesgándose por esas calles de Dios sin nadie
que le guiara, expuesto a morir aplastado entre los caballos.
-No consistía en eso su heroísmo.
-Pues, ¿en qué consistía?
-En los planes que llevaba en su pensamiento, Félix no se contentaba con la vida
humillante del mendigo; quería salir de la mendicidad; él decía, como dijo Fernán
Caballero, que el pan de la limosna alimenta, pero no nutre; y no sólo quería él salir de tan
enojosa esclavitud, sino que se propuso libertar a los demás ciegos de la tiranía de la
miseria callejera; y con admirable perseverancia trabajó sin descanso para formar una
sociedad de socorros mutuos y una sociedad musical que diera conciertos semanales en un
teatro, y logró dar el primer concierto, que obtuvo un gran éxito, y cuando las esperanzas
más risueñas le sonreían, cuando en su mente contemplaba la realización de sus sueños, la
tisis se apoderó de su endeble organismo y murió Félix y con él la emancipación de los
ciegos músicos. En su modesta tumba no se colocaron coronas; iría probablemente a la fosa
común; ¡era tan pobre! Pero a pesar de su pobreza había sido un héroe; hasta fundó un
periódico, del cual se publicaron dos o tres números. ¡Cuanta fuerza de voluntad necesitaría
Félix par conseguir lo que consiguió...! Ya ves, hijo mío, lo que se consigue con la
voluntad.
-¡Quién diría al verle tan pobrecito que pensaba cosas tan grandes!
-Por regla general, los que viven entre abrojos son los que vuelan con más rapidez hasta
llegar a la cumbre de la gloria. Me contaba mi madre que, cuando se casó, dio la vuelta al
mundo, deteniéndose un año en una ciudad de los Estados Unidos, por que mi padre
enfermó gravemente, y allí conoció a una pobre mujer casi ciega, que vivía del maná del
cielo, puede decirse, porque no quería entrar en ningún asilo benéfico y le faltaba valor
para pedir limosna; mi madre sintió por ella una compasión inmensa, y a su compasión se
unió la admiración más profunda, porque Sofía, tan falta como estaba de la luz material,
sobrada estaba de luz espiritual; no tenía la pobre ningún pariente; estaba sola en el mundo,
y le decía a mi madre: <<Yo no sé qué sentirán los locos; pero a mí me hablan, escucho
voces confusas, como si muchas personas me hablaran a un tiempo. Yo, cuando era
muchacha. escribía versos, y creo que ahora también los escribiría si tuviera un
amanuense.>> <<Yo lo seré>>, le dijo mi madre; y Sofía dictando y mi madre escribiendo,
pasaban muchas horas del día, mi madre encantada y Sofía contentísisma de haber hallado
quién la comprendiera.
Mi madre apreció en todo su valor lo que valía Sofía, y cuando se separó de ella, la dejó
modestamente instalada con una buena familia y en manos de un oculista, que la alivió
hasta el punto de no necesitar Sofía ningún amanuense para sus trabajos literarios. La
iglesia protestante le ofreció sus periódicos, y durante muchos años, Sofía defendió sus
ideales religiosos, sosteniendo polémicas con los católicos, en las cuales siempre salía
vencedora; llegó a ser una notabilidad, trabajando de noche y de día, sin cansarse nunca;
conservó con mi madre la más cariñosa correspondencia, diciéndole siempre que cuanto era
todo se lo debía a su verdadera amistad; y mi madre siempre le contestaba: <<Desengáñate,
Sofía; sin tu firme voluntad, sin tu amor al trabajo, sin tu afán por enaltecer tus ideales
religiosos, todos mis anhelos hubieran sido inútiles; tu voluntad te ha salvado, tu voluntad
me ha impulsado a favorecerte. Nadie más pobre que tú, y sin embargo, ¡cuántos tesoros
llevabas en tu mente!>>
Siguieron correspondencia muchos años, y casi simultáneamente murieron mi madre y
Sofía; esta última consiguió con su perseverancia crearse una gran familia entre los
protestantes, que le dieron honrosa sepultura y dedicaron a su memoria sentidos artículos.
Cuando mi madre la conoció era una mendiga; su firme voluntad en el trabajo le dio una
gran fortuna.
-¿Murio rica?
-No; pero murió amada, y vale más el amor que todos los tesoros terrenales.
-¡Qué buena pareja hubieran hecho Félix y Sofía!
-Es verdad, hijo mío; los dos empleaban su voluntad en ascender por la escala del
progreso. Te he citado estos dos ejemplos, porque a los dos los he conocido, a Félix
personalmente y a Sofía por sus escritos, que mi madre guardaba como oro en paño; héroes
ignorados hay muchos; lo que faltan son Diógenes que los busquen.
-¿Diógenes no iba por el mundo buscando a un hombre?
-Sí, ésa fue su constante ocupación; y por eso te digo que se necesitan muchos Diógenes
que buscaran a los héroes ignorados.
-Pues, mira, mamá, cuando yo sea hombre imitaré a Diógenes, buscaré a los héroes
escondidos en el rincón de su casa.
-Antes de buscarlos, hijo mío, conviértete tú en héroe, empleando la potencia de tu
voluntad en ser útil a tus semejantes; pon tú la primera piedra de la regeneración de tu
época; principia por buscar en ti mismo las virtudes necesarias para ser bueno por tu amor
al prójimo, para ser sabio por tus constantes estudios.
-Sí, sí, quiero emplear toda mi voluntad para ser grande.
-Es el modo mejor de emplear ese don divino que consigue hacer de un infusorio un
gigante. Yo te lo confieso, hijo mío: no me llaman la atención los sabios que han pasado su
infancia y su juventud en buenos colegios y en grandes universidades, porque su sabiduría
ha nacido entre flores, puesto que han tenido a su disposición todos los elementos
necesarios para instruirse y engrandecerse; en cambio, un infeliz que apenas sepa leer y se
dedique a investigar y a querer solucionar los problemas científicos, éste me inspira
profunda admiración, porque comprendo el esfuerzo que hace su voluntad.
-Tienes razón, mamá, tienes razón; y oye, la voluntad empleada en el ahorro también
será muy provechosa, ¿no es verdad?
-Ya lo creo que lo es; mira, ¿te acuerdas de doña Felisa?
-¿Aquella que tenía una casita muy blanca con muchas gallinas y muchos palomos?
-Sí, aquella que nació tan pobrecita que desde la tierna edad de cinco años recorría las
carreteras recogiendo el estiércol, que vendía a los jardineros; a los nueve años entró en una
Granja para guardar ovejas, ganando treinta reales al año, de los cuales no gastaba ni un
céntimo, porque iba sin zapatos ni medias, y el colono de la Granja le daba de comer y la
ropa usada de una de sus hijas. Allí estuvo hasta los 18 años; en ese tiempo le subieron el
salario, y todo lo fue colocando en la Caja de Ahorros; después sirvió en la ciudad, en casa
de un médico, donde ganaba cinco duros mensuales, los cuales unía a su pequeño
capitalito; más tarde se casó, pidiendo a su marido que le dejase emplear sus ahorros en
comprar un terreno para en él levantar una casita; su marido aprobó su plan, y construyeron
la casita blanca, donde tantas veces hemos ido a merendar.
-¡Qué buena era doña Felisa! ¡Me daba más fruta y más dulces!
-Es cierto; le gustaba mucho obsequiar a los niños, y se privaba ella de comer postres
para que se los comieran los chicuelos que siempre la rodeaban.
-¿Ésa también era un héroe ignorado?
-También, hijo mío, también, porque empleó su voluntad durante muchos años en ser
una hermana de la caridad, cuidando a su marido, que tenía una enfermedad muy mala, y
ella le cuidó con el mayor cariño de día y de noche.
-Tú has conocido a muchas personas buenas; ¿las vas buscando?
-Sí, hijo mío, porque las personas buenas son los soles que dan calor a la Humanidad.
-¿Y tú me irás diciendo dónde están esas almas tan generosas que emplean su voluntad
en hacer el bien?
-Ya lo creo que te lo diré; pues yo sostengo lo que dijo Fernán Caballero en una de sus
novelas.
-¿Y qué dijo?
-Prefiero que mi hijo sea bueno a que sea feliz.>>
-Y mañana, ¿sobre qué hablarás mamá?
-Sobre la templanza.
-Ya estoy deseando que llegue mañana.
Amalia Domingo Soler