Nada más importante para la investigación científica y la especulación filosófica que la demostración apoyada en hechos de la siguiente afirmación: un fenómeno psicológico puede convertirse en fisiológico y el pensamiento puede fotografiarse y concretarse en una materialización plástica o incluso crear un organismo vivo.
Dicho
de otro modo, nada es tan trascendente e importante para la Ciencia y para la
Filosofía como la confirmación de que la fuerza del pensamiento y de la
voluntad son elementos plásticos y organizadores.
Efectivamente,
la evidencia de tal hecho pone al investigador ante un acto creador,
legítimo y verdadero, que lo lleva consecuentemente, a identificar la
individualidad humana pensante con la Potencia primordial realizadora del
Universo.
Esta
es una concepción grandiosa del Ser Supremo, que me reservo para desarrollar
más despacio y oportunamente.
Antes,
a propósito de la cuestión aquí tratada, es necesario advertir que la idea de
un pensamiento y de una voluntad, sustanciales y objetivables, no es nueva.
Los
filósofos alquimistas de los siglos XVI y XVII, Vanini, Agrippa, Van-Helmont,
ya atribuían al magnetismo emitido por la voluntad el resultado
de sus amuletos y encantamientos.
El deseo se realiza en la idea, - lo ha dicho
Van-Helmont - idea que no es vana, sino una idea-fuerza, que
realiza el encantamiento.
Ahí
tenemos, por lo tanto, ya formulada con tres siglos de anticipación, la famosa
teoría de Fouillé sobre las ideas-fuerzas, y de forma
hasta más completa, una vez admitida la objetivación.
Van-Helmont
ha llegado a formular nítidamente la teoría de las formas-pensamientos, de la
ideoplastía, de la fuerza organizadora; atribuyéndoles además una existencia
efímera, pero activa.
Él
afirma:
“Lo
que denomino ‘espíritu del magnetismo’ no son espíritus que nos vengan del
cielo ni tampoco del infierno, sino que se trata de un principio inherente a la
criatura humana, tal como la chispa que se desprende de la piedra.
Gracias
a la voluntad, el organismo también puede desprender una pequeña parcela de esa
clase de ‘espíritu’, la cual reviste una forma concreta, transformándose en un
‘ser concreto o ideal’.
A
partir de ese momento, ese ‘espíritu vital’ se convierte en algo como
intermediario entre el ser corpóreo y los seres incorpóreos. De este modo puede
trasladarse cómodamente, sin las limitaciones del tiempo y espacio.
Ernesto Bozzano
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