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La reencarnación
que no promueve el renacimiento moral de la criatura, no pasa de un acto que no
está a la altura de su transcendencia y significado.
El conocimiento
espirita es, sin duda, la mejor oportunidad de concientización para el hombre
que pretende liberarse del cautiverio del milenario comodísimo espiritual,
apartándose, en definitiva, de las sinuosas sendas de la ilusión, con, hasta
entonces, diminuto aprovechamiento de las lecciones que les posibilitan el
crecimiento delante de la Vida.
Reflexionando, así, sobre el tenor de vuestras
responsabilidades en los deberes que sois llamados a cumplir en la Siembra, una
vez que no os será posible más el retroceder, sin grabes comprometimientos de
orden karmico, no olvidéis la sabia advertencia que el Maestro dirigió a los
cristianos de todos los tiempos: “Todo aquel, pues, que me confesara delante de
los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre, que está en los
cielos; y quien me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante
de mi Padre, que está en los cielos.”
Hijos, perseverad
en el testimonio de la fe espirita que abrazasteis, ante la reviviscencia del
Evangelio del Señor.
No reculéis ante
las pruebas que os son necesarias para vuestro perfeccionamiento.
Sustentad el
coraje en la lucha, conscientes de que toda conquista en los dominios del
espíritu reclama esfuerzo y sacrificio continuados.
Nadie asciende a
las Cimas con paso atado a la retaguardia.
La Doctrina
Espirita libera el pensamiento, sin embargo, aquel que busca superar el
comodismo intelectual de siglos siempre encontrará oposición. Es natural, pues,
que las tinieblas conspiren contra vuestros anhelos de elevación.
Los espíritus,
sean encarnados, sean desencarnados, habituados a la monotonía en que viven,
habrán de pelear para desalentaros en vuestros nuevos propósitos en la
existencia.
Muchos os
tentaran con el inmediatismo de los placeres mundanos y con las facilidades
materiales del camino. Otros urdirán sofismos, con el intento de apartaros de
los objetivos superiores que concentrasteis, en la necesidad de renovación
intima.
Sin que perdáis
de vista la trayectoria del Cristo, no olvidéis que la obra de la redención
humana dice mucho respecto a cada espíritu en particular. La hora de la prueba
es una hora solitaria.
En torno, de
abucheos e injurias, hostilidad e incomprensión. No es raro, amigos y
compañeros, permanezcan a la distancia, contemplándoos las reacciones. Con
vosotros, no tendréis por escora, en la áspera subida, otra que no sea la cruz
que os pesa en los hombros.
Casi nadie os
verá el llanto que se os desliza por la mejilla, confundiéndose con el sudor
derramado en el cumplimiento del deber. Inevitable, la sensación de extremo
abandono de los hombres, que os debe inducir al bien mayor, confianza en Dios.
Hijos, no cambies lo que es eterno por lo que es
transitorio. Aunque bajo duros reveses, insistid en la práctica del bien a los
semejantes y tomad la iniciativa del perdón, con la certeza de que el tiempo
urge y que, el termino de vuestra caminada sobre la Tierra, no tendréis otro
Cielo que no sea la de la conciencia tranquila.
Bezerra de Meneses
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