La reencarnación no sería caminata redentora si ya hubieses atendido a todas las exigencias del perfeccionamiento espiritual. Mientras en la escuela, somos llamados al ejercicio de las lecciones.
Ante la Ley del Renacimiento, sorprenderás en el mundo dificultades y luchas, espinas y tentaciones.
Reencontrarás afectos que la unión de milenios tornó inolvidables, pero igualmente convivirán contigo viejos adversarios, no más armados por los instrumentos del odio abierto, y sí trajeados en otro ropaje físico, debidamente acogidos a tu convivencia dificultándote los pasos, a través de la aversión oculta.
Sabrás lo que sea tranquilidad por fuera y angustia por dentro. Disfrutarás la amenidad del clima social que te envuelve con los más elevados testimonios de aprecio y respirarás, muchas veces, en el ambiente convulsionado de pruebas entre las paredes cerradas del reducto doméstico. Entenderás, sin embargo, que somos traídos a vivir, unos al frente de los otros, para aprender a amarnos recíprocamente como hijos de Dios.
Percibirás, poco a poco, según los principios de causa y efecto, que las manos que te apedrean son aquellas mismas que enseñaste a herir al prójimo, en otras eras cuando la claridad de la verdad no te había iluminado el discernimiento y reconocerás en los labios que te envenenan con apuntes calumniosos aquellos mismos que adiestraste en la injusticia, entre las sendas del pasado, a fin de auxiliarte en la alabanza a la condenación.
Yérguete hoy sobre la estimación de los corazones con los cuales te armonizaste, por el deber noblemente cumplido, entretanto, sufres el retorno de las crueldades que te caracterizaban en otras épocas por intermedio de las celadas e injurias que te ofenden el corazón.
Considera, sin embargo, la apelación a que somos convocados día por día y disuelve en la fuente viva de la compasión la hiel de la revuelta y las nubes del mal. Acepta en la escuela de la reencarnación el camino de acceso a tu propio ajuste con la vida, amando, entendiendo y sirviendo siempre.
Si alguien te comprende, ama y bendice. Si alguien te injuria, bendice y ama aún.
Sea cual sea el problema, nunca le conferirás solución justa si no te dispusieres a amar y bendecir. Donde estuvieres, ama y bendice sin restricciones ante la conciencia tranquila y conquistarás sin demora el dominio del bien que vence todo mal.
Ante la Ley del Renacimiento, sorprenderás en el mundo dificultades y luchas, espinas y tentaciones.
Reencontrarás afectos que la unión de milenios tornó inolvidables, pero igualmente convivirán contigo viejos adversarios, no más armados por los instrumentos del odio abierto, y sí trajeados en otro ropaje físico, debidamente acogidos a tu convivencia dificultándote los pasos, a través de la aversión oculta.
Sabrás lo que sea tranquilidad por fuera y angustia por dentro. Disfrutarás la amenidad del clima social que te envuelve con los más elevados testimonios de aprecio y respirarás, muchas veces, en el ambiente convulsionado de pruebas entre las paredes cerradas del reducto doméstico. Entenderás, sin embargo, que somos traídos a vivir, unos al frente de los otros, para aprender a amarnos recíprocamente como hijos de Dios.
Percibirás, poco a poco, según los principios de causa y efecto, que las manos que te apedrean son aquellas mismas que enseñaste a herir al prójimo, en otras eras cuando la claridad de la verdad no te había iluminado el discernimiento y reconocerás en los labios que te envenenan con apuntes calumniosos aquellos mismos que adiestraste en la injusticia, entre las sendas del pasado, a fin de auxiliarte en la alabanza a la condenación.
Yérguete hoy sobre la estimación de los corazones con los cuales te armonizaste, por el deber noblemente cumplido, entretanto, sufres el retorno de las crueldades que te caracterizaban en otras épocas por intermedio de las celadas e injurias que te ofenden el corazón.
Considera, sin embargo, la apelación a que somos convocados día por día y disuelve en la fuente viva de la compasión la hiel de la revuelta y las nubes del mal. Acepta en la escuela de la reencarnación el camino de acceso a tu propio ajuste con la vida, amando, entendiendo y sirviendo siempre.
Si alguien te comprende, ama y bendice. Si alguien te injuria, bendice y ama aún.
Sea cual sea el problema, nunca le conferirás solución justa si no te dispusieres a amar y bendecir. Donde estuvieres, ama y bendice sin restricciones ante la conciencia tranquila y conquistarás sin demora el dominio del bien que vence todo mal.