Después de haber ejercido una
influencia importante en las sociedades de la Edad Media, no bastan ya para
apartar al hombre del camino de la sensualidad.
Antes del drama del Gólgota, Jesús
había anunciado a los hombres a otro consolador el -Espíritu de Verdad- que
debía restablecer y completar su enseñanza. Este Espíritu de Verdad ha llegado
y ha hablado a la Tierra; por todas partes hace oír su voz. Dieciocho siglos
después de la muerte de Cristo, habiéndose esparcido por el mundo la libertad
de palabra y de pensamiento, habiendo sondado los cielos la ciencia, habiéndose
desarrollado la inteligencia humana, la hora ha sido considerada como
favorable. Los Espíritus han acudido en multitud para enseñar a, sus hermanos
de la Tierra la ley del progreso infinito y realizar la promesa de Jesús
restableciendo su doctrina y comentando sus palabras.
El Espiritismo nos da la clave del
Evangelio. Explica su sentido oscuro u oculto; nos proporciona la moral
superior, la moral definitiva, cuya grandeza y hermosura revelan su origen
sobrehumano.
Con el fin de que la verdad se
extienda a la vez por todos los pueblos, con el fin de que nadie pueda
desnaturalizaría o destruirla, ya no es un hombre, ya no es un grupo de apóstoles
el que está encargado de darla a conocer a la humanidad. Las voces de los Espíritus
la proclaman en los diversos puntos del mundo civilizado, y gracias a este carácter
universal y permanente, esta revelación desafía a todas las hostilidades y a
todas las inquisiciones. Se puede suprimir la enseñanza de un hombre,
falsificar y aniquilar sus obras; pero ¿quién puede atacar y rebatir a los
habitantes del Espacio? Saben deshacer todas las malas interpretaciones y
llevar la preciosa semilla hasta las regiones más retrasadas. A esto se debe el
poder, la rapidez de difusión del Espiritismo y su superioridad sobre todas las
doctrinas que le han precedido y preparado su advenimiento.
En lo que se basa la moral espiritista
es, pues, en los testimonios de millares de almas que vienen a todos los
lugares para describir, valiéndose de los médiums, la vida de ultratumba y sus
propias sensaciones, sus goces y sus dolores.
La moral independiente, la que los
materialistas han intentado edificar, vacila al soplo de todos los vientos,
falta de sólida base. La moral de las iglesias tiene sobre todo recurso el
miedo, el temor a los castigos infernales; sentimiento falso que nos rebaja y
nos empequeñece. La Filosofía de los Espíritus viene a ofrecer a la humanidad
una sanción moral más elevada, un ideal más noble y generoso. Ya no hay
suplicios eternos, sino la justa consecuencia de los actos que recae sobre su
autor.
El Espíritu se encuentra en todos los
lugares según él se ha hecho. Si viola la ley moral, entenebrece su conciencia
y sus facultades; se materializa, se encadena con sus propias manos.
Practicando la ley del bien, dominando las pasiones brutales, se agüera y se aproxima
cada vez más a los mundos felices.
Desde este punto de vista, la vida
moral se impone como una obligación rigurosa para todos aquellos a quienes
preocupe algo de su destino; de aquí la necesidad de una higiene del alma que
se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas espirituales se
hallan en estado de equilibrio y armonía. Si conviene someter el cuerpo -envoltura
mortal, instrumento perecedero- a las prescripciones de la ley física que
asegura su mantenimiento y su funcionamiento, importa mucho más aún velar por
el perfeccionamiento del alma, que es nuestro imperecedero yo, y a la cual está
unida nuestra suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los
elementos de esta higiene del alma.
El conocimiento del objeto real de la
existencia tiene consecuencias incalculables para el mejoramiento y la
elevación del hombre. Saber adónde va tiene por resultado el afirmar sus pasos,
el imprimir a sus actos un impulso vigoroso hacia el ideal concebido.
Las doctrinas de la nada hacen de esta
vida un callejón sin salida, y conducen, lógicamente, al sensualismo y al
desorden. Las religiones, al hacer de la existencia una obra de salvación
personal muy problemática, la consideran desde un punto de vista egoísta y
estrecho.
Con la Filosofía de los Espíritus,
este punto de vista cambia y se ensancha la perspectiva. Lo que debemos buscar
no es ya la felicidad terrena la felicidad, en la Tierra, es escasa y precaria,
sino un mejoramiento continuo; y el medio de realizarlo es con la observación
de la moral bajo todas sus formas.
Con semejante ideal, una sociedad es
indestructible; desafía a todas las vicisitudes y a todos los acontecimientos.
Se engrandece con la desgracia y encuentra en la adversidad los medios de
elevarse por encima de sí misma. Desprovista de ideal, arrullada por los sofismas
de los sensualistas, una sociedad no puede hacer más que corromperse y debilitarse;
su fe en el progreso y en la justicia se extingue con su virilidad; bien pronto
se convierte en un cuerpo sin alma, y, fatalmente, en la presa de sus enemigos.
¡Dichoso el hombre que en esta vida
llena de oscuridad y de obstáculos camina constantemente hacia el fin elevado
que distingue, que conoce y del cual está seguro!
¡Feliz aquel al que un soplo de lo
alto inspira sus obras y empuja hacia adelante! Los placeres le dejan
indiferente; las tentaciones de la carne, los espejismos engañosos de la fortuna
no hacen presa de él. Viajero en marcha, el fin le llama, y él se precipita por
alcanzarlo.
León Denis.
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