En el transcurso de un día no faltan motivos para represalias, agresiones, caídas morales.
Una persona desatenta, se choca contigo y no se disculpa.
Otra, irreverente, te dice un insulto y sigue, sonriendo.
Alguien más, en desequilibrio, no oculta la animosidad que le inspiras.
Otro más, de quien sabes que te censura y, mintiendo contra ti, te acusa, livianamente…
Tienes ganas de reaccionar.
“También soy humano” – acostumbras a pensar.
Solamente que reacciones semejantes a aquellas no resuelven el problema.
Debes nivelarte a las personas, por sus conquistas y títulos de ennoblecimiento, en una línea superior, y no por su mezquindad.
Nadie pasa, en la Tierra, sin probar la copa de la incomprensión.
Cada cual juzga a los otros por los propios criterios, mediante su forma de ser, como es natural.
Lo que no se posee es desconocido; por tanto, difícil de identificarlo en el otro.
*
No es necesario que te despersonalices evitando presentarte conforme eres.
Se hace necesario que te superes venciendo la parte negativa de tu carácter, aquella que censuras en los otros.
Puliendo tus aristas, te tornarás mejor y más feliz.
Aquellos que son exigentes, que les gusta aclarar todo, resolver las situaciones que les surgen, padecen de disturbios emocionales, sufren ulceraciones gástricas y duodenales, viven indispuestos.
¿Será que esos perturbadores e insolentes del camino merecen que te desarmonices?
Sigue en paz, durante todo tu día, y arrímate en la filosofía de la comprensión y de la solidaridad, ayudándolos, sin reaccionar contra ellos.
Esto será mejor para ti y para todos.
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