“Porque, si al madero verde hacen esto ¿qué se hará al seco?" -
Jesús. (Lucas, 23:31.)
Jesús es la vida eterna, llena de sabía divina, esparciendo ramas
abundantes, perfumes consoladores y frutos sustanciosos entre los hombres, y el
mundo no le ofreció sino la cruz de la flagelación y de la muerte infame.
Desde milenios remotos es el Salvador, el puro por excelencia.
¿Que no debemos esperar, por nuestra parte, criaturas endeudadas que
somos, representando gajos aún secos en el árbol de la vida?
En cada experiencia, necesitamos de procesos nuevos en el servicio de
reparación y corrección.
Somos madero sin vida propia, que las pasiones humanas inutilizaron, en
su furia destructora.
Los hombres de campo meten la vara punitiva en los melocotoneros,
cuando sus frondas raquíticas no producen.
El efecto es benéfico y compensador.
El martirio del Cristo traspasó los límites de nuestra imaginación.
Como tronco sublime de la vida, sufrió por desear transmitirnos su sabia
fecunda.
Como leños resecos, al calor del mal, sufrimos por necesidad, a favor
de nosotros mismos.
El mundo organizó la tragedia de la cruz para el Maestro, por espíritu de maldad e ingratitud; pero,
nosotros, sí tenemos cruces en la senda redentoras no es porque Dios sea riguroso
en la ejecución de sus leyes, sino porque es Amoroso Padre de nuestras almas,
lleno de sabiduría y compasión en los procesos educativos.
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