martes, 19 de diciembre de 2017

TAL COMO ESTABAN


Duele observar a seres que renacen en la Tierra en condiciones difíciles.
Respecto a estos casos, es frecuente oír esta pregunta: ¿Por qué sucede esto?
Una criatura que despunta desde la cuna con un desequilibrio mental o evidenciando graves enfermedades denunciaría un extraño sadismo de la Naturaleza. Sabemos, sin embargo, que la Divina Providencia se fundamenta en la justicia y la misericordia. Lo que ocurre es que todos aquellos que se matriculan en la escuela de la consanguinidad, por medio de la reencarnación, emergen en el núcleo familiar tal como estaban en el Mundo Espiritual.
Nunca está demás afirmar que traemos individualmente la suma de todas las realizaciones que efectuamos en las múltiples existencias con las que fuimos favorecidos en el transcurso del tiempo.
Siendo los creadores de nuestro propio destino, tenemos en nosotros lo que de nosotros hemos hecho.
Cuando partimos del mundo físico hacia el Plano Espiritual con pensamientos culpables que oscurecen o conturban nuestra mente, somas portadores de inhibiciones y desequilibrios, los cuales son sufrimientos y rescates que nos hemos prescripto nosotros mismos, motivados por nuestra conciencia cargada de debitos que afectan nuestra formación espiritual.
En tales condiciones, y a pesar de los afectos y recursos que usufructuemos en el Mundo Espiritual, en este nos hallaremos quejosos y enfermizos, hasta que consigamos un nuevo renacimiento en el que nos sea posible la rectificación de las faltas cometidas en nuestro perjuicio o en el perjuicio de los demás.
Ante esas cunas de expiación, abracemos a esos compañeros complejos que golpean a las puertas de nuestra alma en solicitud de apoyo y comprensión.
Esos hermanos que resurgen mostrando obstáculos y dificultades en la vida orgánica, no son candidatos a la eutanasia ni pimpollos del árbol humano que deban ser erradicados de la estructura hogareña.
Son amigos que te piden amparo y tratamiento adecuado en el reformatorio del tiempo y que contraen contigo benditas deudas de amor, que, en el futuro, han de saberte gratificar.

Emmanuel.

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